En un día cualquiera de 1892, el pintor Ignacio Zuloaga, entonces, un joven corpulento (con "andar de torre" lo describió Ortega y Gasset), descendió de un tren en Sevilla. Llegaba para trabajar como pagador en una compañía minera con yacimientos en la Sierra Norte. El empleo era, sin duda, peligroso; tenía que desplazarse a caballo y con un arma bajo la chaqueta para entregar puntualmente la soldada a los empleados. Zuloaga acababa de dejar atrás la bohemia de París. Allí conoció a Monet, Degas y Gauguin. Con éste último, incluso, compartió estudio antes de que se marchara a la Polinesia.
La presión familiar y la asfixia económica pusieron fin a la aventura del pintor en Montmartre. El padre siempre le reprochó su salida del hogar. La madre dejó de enviarle el dinero que le permitía sobrevivir en la capital gala. Pero, lejos de sentirse decepcionado, Zuloaga también vivió rápido y feliz en Sevilla. La ciudad se convirtió en otra parada de su vida bohemia. Aquí, el pintor seguirá con su vocación artística. Un habitáculo en la Casa de los Artistas fue su estudio. Con nueva mirada, más reflexiva, menos complaciente, retrata a los tipos populares con los que se cruza: gitanos, floristas, cigarreras... Los lienzos tendrán un éxito inmediato.
También el joven artista intentará ser matador de toros, llegando a debutar en algún festejo con novillos bajo el sobrenombre de El Pintor. Este insólito episodio está ampliamente narrado en el libro de José Romero Portillo "Ignacio Zuloaga en Sevilla", publicado recientemente por la Diputación en colaboración con el Ayuntamiento de Alcalá de Guadaíra, dentro de la colección Arte Hispalense. La aventura es, sin duda, fruto de la afición del artista por los toros, pero no hay nada de caprichoso o circunstancial en ella. "Por un tiempo sopesó la posibilidad de abandonar el pincel para dedicarse en exclusiva al toreo", expone Romero Portillo. Para ello, Zuloaga se enroló hacia 1895 en la escuela taurina que un diestro retirado, Manuel Carmona Luque, Panadero, tuvo en la Puerta de la Carne.
Zuloaga no tardó en aparecer en las exhibiciones públicas que se organizaban en la plaza de Manuel Carmona. En 1896, apenas unos meses después de comenzar su aprendizaje, El Pintor ya se presentaba ante el público. En total, estoqueó unas 18 reses. Muy posiblemente, un percance grave en el último de los festejos puso fin a su aventura taurina, seguida con horror por su familia que, en estas circunstancias, juzgaría la vocación por la pintura como "mal menor". De sus actuaciones, la más famosa se celebró el 17 de abril de 1897; de ella que se conserva un cartel, actualmente expuesto en el museo dedicado al artista en la localidad segoviana de Pedraza . En aquella corrida, con un precio de 75 céntimos la entrada, se lidiaron cuatro novillos, dos de ellos de capea y los otros dos de muerte. A Zuloaga le acompañó aquella tarde Manuel Domínguez, un diestro del que poco más se supo.
Del festejo en cuestión se conserva una coplilla en verso que le dedicó en El Noticiero Sevillano un cronista taurino apodado El Nene: "En la escuela matan hoy,/ según los carteles cantan,/ el diestro Manuel Domínguez/ (no el de Coria, por desgracia)/ y el torero bilbaíno/ Ignacio de Zuloaga,/ un chico nuevo en Sevilla/ que, pintor allá en Vizcaya,/ cambió pincel y paleta/ por el estoque y la flámula./ Éste es un buen precedente,/ porque la cosa es bien clara:/ un pintor debe por fuerza,/ dibujar las estocadas". A pesar de las expectativas depositadas en él, Zuloaga no completó una buena faena. Él mismo reconocería en una carta enviada al artista Miquel Utrillo que estuvo "muy mal". Esta opinión la corroboró el crítico de El Noticiero Sevillano, como detalla Romero Portillo en su libro: "Zuloaga, El Pintor, según mi opinión, no pintará por ahora nada en la tauromaquia". Más benévolo, José María de Cossío comentó que el vasco se volcó en el toreo "con la misma fe y seguridad en sí mismo con que se había de entregar a la pintura"."En la memoria de Zuloaga permaneció marcada a fuego aquella aventura taurina en Sevilla.
Constantemente, evocaba el placer de torear y lo comparaba con un veneno inyectado en la piel, que nunca se terminaba de expulsar. En él quedó cierto resquemor de matador frustrado a pesar de que su entorno más cercano lo consideraba cariñosamente como 'un diestro en excedente y en espera'", señala Romero Portillo. Como guiño, Cossío lo incluyó en su monumental índice de toreros profesionales. Finalmente, el autor de Zuloaga en Sevilla rastrea en la amistad del pintor con Juan Belmonte, al que consideraba "un símbolo del toreo, y no meramente por sus hazañas ante los astados, sino por su seriedad, su sólida cultura literaria, su desprecio de la pose y de las actitudes flamencas y su nunca desmentida sencillez".
Mientras, como sugiere Romero Portillo, El Pasmo de Triana veneraba el inagotable espíritu torero del pintor. "Verdaderamente yo no he comprendido nunca como el tío (en referencia a Zuloaga) con esa afición y esta capacidad, las dos principales cosas que se necesitan y aún le duran con más de setenta años, no ha sido matador en lugar de ser el mejor pintor de España. Tal vez creería que no podía ser el mejor torero de España y lo dejó", concluía Belmonte en una misiva dirigida al escultor Sebastián Miranda.
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