viernes, 19 de octubre de 2018

Talavera: Ánfora del XVII con un toreador ejecutando la estocada



Según el Cossio, uno de los períodos más difíciles de esclarecer en la historia taurina es el que constituyen los primeros cincuenta años del siglo XVIII, que sin embargo también sería uno de los más interesantes que pueda considerarse. Bien, pues remontándonos no a los comienzos de dicha centuria sino a los años noventa del XVII, una espléndida talavera, en concreto un ánfora, deja claro que la suerte suprema ya se ejecutaba prácticamente como en la actualidad.

Mejor es decir que se seguía ejecutando, porque en un capitel del Palacio de Requena de Toro (Zamora), en una de las misericordias de la catedral de Plasencia (Cáceres) o en uno de los códices del Monasterio de Guadalupe (Cáceres) queda acreditada su antigüedad en Castilla y León y Extremadura, más allá de Andalucía, lo que desmiente la teoría de que el Toreo surgiera allí antes que en otros territorios peninsulares.

En Talavera los artistas anónimos gozaban de muchas oportunidades para inspirarse en el natural, ya que en la ciudad se celebraban frecuentes corridas, especialmente durante las «mondas y en los festejos en honor de la Virgen del Prado, patrona de la villa».

La pieza que nos ocupa pertenece a la serie polícroma, caracterizada por estar pintada en azul, verde, amarillo, naranja y manganeso, y presentar motivos variados, entre los que resultaron muy del gusto de los clientes los de cacería y los taurinos, habituales en la etapa de plenitud de las talaveras, alcanzada al final del Siglo de Oro.

Se hizo para el Real Monasterio de El Escorial; para ornato del palacio no para el convento, pues luce la parrilla evocadora del martirio de San Lorenzo pero carece del león rampante que singulariza a las destinadas a los jerónimos, marcas que identifican a los mejores clientes de aquellos alfares, con los frailes escurialenses acaparando los encargos de azulejos y lozas desde el reinado de Felipe II hasta la extinción de la Orden, particularmente de 1696 a 1723. El propietario de esta magnífica pieza es Ángel Sánchez-Cabezudo, autor del estudio de las cerámicas talaveranas de esa época expuestas en la iglesia talaverana de Santa Catalina, una de las sedes de «aTempora».

En esta talavera aparece un toreador ejecutando la suerte suprema, acción desarrollada en dos secuencias. En la primera, el diestro prepara para la estocada a un toro que sigue con la mirada los vuelos de la capa, mientras la segunda recoge el momento de la estocada, aplicada casi recibiendo y delantera con una espada de cazoleta y con la capa doblada sobre el brazo, convertida en muleta. Entrando al engaño, el toro acusa el golpe en los ojos, pero aún se mantiene firme. De plasticidad logradísima, el pintor, artista que obviamente sabía de toros, revela dominio del dibujo, la composición y el colorido, capta los movimientos y mide las distancias.

En definitiva, los Toros también fueron exaltados desde las talaveras. La Tauromaquia está hermanada con lo mejor de nuestra cultura en sus diversas manifestaciones y la nobleza de su antigüedad va mucho más allá de lo que algunos creyeron y otros repiten. Antes de seguir haciéndolo, que miren bien capiteles como el de Toro, misericordias como las de la Catedral de Plasencia, ilustraciones como las de Guadalupe, relieves como el de Catedral Nueva de Salamanca o que reparen en esta talavera.














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