Una muestra más de la devoción de los iberos por la figura del toro la encontramos en el yacimiento arqueológico de la llamada precisamente necrópolis del Toro, que está en Alcubillas (Ciudad Real) y se fecha en el siglo V aC.
Allí aparecieron fragmentos de estatuas de animales como felinos y el toro que le da nombre. Se supone que la estatua del toro coronaba un monumento funerario.
El toro, por ser animal fiero, se ponía en las tumbas como guardián, al igual que un león o un lobo. Indicaba que si alguien profanaba la tumba sufriría las consecuencias del ataque de dicho guardián.
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