lunes, 22 de mayo de 2017

Miguel Hernández 5: Corrida real

Corrida real (silvas)

Cartel

Gabriel de las imprentas:
yedra cuadrangular de las esquinas,
cuelga, anuncia sonrisas presidentas,
situaciones taurinas.
Un sol de propaganda, el sol posible
nada más, asegura,
jura para tal día.
Y un toro de pintura,
el más viudo y varonil terrible
que halló el pintor en su ganadería,
a un sombrero amenaza,
del gozo espectador seña presunta,
con una doble punta
de cornadas que nunca desenlaza.

Plaza

Corro de arena: noria
de sangre horizontal y concurrencia
de anillos: sí, ¡victoria!
de la circunferencia.
Palcos: marzos lluviosos de mantones
nutridos de belleza deseada.
Acometividad de los tendidos:
por las curvas, si no por los silbidos,
humanos culebrones
ordenan su inquietud de grada en grada.
Sol y sombra en el ojo y el asiento:
avispas de momento.
A los toriles, toros,
al torero le exigen el portento
y caballos de más al as de oros.

Toro

Copiosa de azagayas,
provisión de furores,
urgentes tras los cuernos,
recomiendan clarines
a una arena sin playas,
era de resplandores
con parva de carmines
manejables y alternos.

Toro y caballos

Si las peinas elevan las mantillas,
si las mantillas damas,
si las damas elevan -¡banderillas!-
las masculinas bramas,
el negro toro, luto articulado
y tumba de la espada,
caballos sólo ciegos por el lado
por que habrán de morir, y picadores,
hacen casi celestes, si las varas
sus obstinados carmesís mayores.

Toro y banderillero

Pródigas en papeles, pero avaras
en longitud y acero,
la presencia corriente del arquero
citan, si su atención anteriormente,
verdes prolongaciones y amarillas.
Pero el banderillero,
gracia, sexo patente,
si lo busca de frente,
en primorosos lances
curvo, para evitar rectos percances,
de pronto lo rehúsa,
palco de banderillas,
que martrimonia en conjunción confusa.

Toro y peón

Huyendo de las cóleras mortales,
sin temor a lucir su mucho miedo,
tablas para el peligro pide al ruedo,
redondos salvavidas terrenales;
mientras el toro alza
la que su frente calza
aviesa media vuelta
más caliente, más pita y más esbelta.

Toro y torero

Profesando bravura sale y pisa
graciosidad su planta: verso 70
la luz por indumento, por sonrisa
la beldad fulminante que abrillanta.
Sol se ciega al mirarlo. Galeote
de su ciencia, su mano y su capote,
fluye el toro detrás de sus marfiles. verso 75
Concurren situaciones bellas miles
en un solo minuto
de valor, que induciendo está a peones
a la temeridad como tributo
de sus intervenciones. verso 80
Se arrodilla, implorante valentía,
y como al caracol, el cuerno toca
a éste, que en su existencia lo hundiría
como en su acordeón los caracoles.
La sorda guerra su actitud provoca verso 85
de la fotografía.
Puede ser sonreir, en ese instante
crítico, un devaneo;
un trágico desplante,
-¡ay, temeraria luz, no te atortoles!-, verso 90
hacer demostraciones de un deseo.
Heroicidad ya tanta,
música necesita:
y la pide la múltiple garganta,
y el juzgador balcón las facilita. verso 95
Muertes intenta el toro, el asta intenta
recoger lo que sobra de valiente
al macho en abundancia.
¡Ya! casi experimenta
heridas el lugar sobresaliente verso 100
de aquel sobresaliente de arrogancia.
¡Ya! va a hacerlo divino.
¡Ya! en el tambor de arena el drama bate...
Mas no: que por ser fiel a su destino,
el toro está queriendo que él lo mate. verso 105
Enterrador de acero,
sepulta en grana el arma de su gloria,
tan de una vez certero
que el toro, sin dudar en su agonía,
le da para señal de su victoria verso 110
el miembro que aventó moscas undía,
mientras su muerte arrastran cascabeles.
-¡Se ha realizado! el sol que prometía
el pintor, si la empresa, en los carteles.

(De "Primitivo silbo vulnerado")

Comentario del poema final

Versos 69-80. La hermosa figura del torero salta al ruedo, vestido con traje de luces ("la luz por indumento", verso 71); y su bella sonrisa despide tales destellos -junto a los que emite la indumentaria-, que su luminosidad es más intensa que la del sol, hasta el extremo de cegar a éste (verso 73, que incluye una hipérbole de clara factura gongorina; recuérdense los primeros versos del célebre soneto de Góngora en el que trata el tema del carpe diem: "Mientras por competir con tu cabello / oro bruñido al sol relumbra en vano;"). Al llamar "galeote" al torero (versos 73, 74: "Galeote / de su ciencia, su mano y su capote,"), Hernández emplea una bella imagen para significar que el torero ha de gobernar obligatoriamente el arte de la tauromaquia (téngase presente que el vocablo "galeote" significa "el que remaba forzado en las galeras"). El verso 75 ("fluye el toro detrás de sus marfiles.") contiene una sinécdoque, por medio de la cual se designa una cosa -los cuernos- con el nombre de la materia de que está formada -"marfiles"-, vocablo que, a su vez, ennoblece dicha materia, ya que los cuernos son de materia ósea). La silva concluye aludiendo a la belleza de los arriesgados lances de la lidia, en los que el torero da muestras de tal valentía que obliga a los peones a estar al quite, corriendo similares peligros que el diestro ante las acometidas del toro.

Versos 81-91. Arranca la segunda silva con una compleja combinación de metáforas: "Se arrodilla, implorante valentía, / y como el caracol, el cuerno toca / a éste, que a su existencia lo hundiría / como en su acordeón los caracoles." (versos 81-84); metáforas cuyo sentido podría ser el siguiente: puesto arriesgadamente de rodillas -"implorante valentía"-, el torero toca el cuerno del toro, cuerno que le recuerda el del caracol; el toro, por su parte, desea clavarle el cuerno al torero en lo más íntimo y profundo de su ser, tal y como hacen los caracoles cuando esconden en la concha los cuernos; concha imaginativamente vista por el poeta como una acordeón, gracias al parecido que existe entre los fuelles de este instrumento musical y las espirales de dicha concha. Los dos versos siguientes contienen un violento hiperbaton que altera el orden de los vocablos: "La sorda guerra su actitud provoca / de la fotografía." (versos 85-86); ya que el orden lógico de las palabras en la frase sería este: "Su actitud provoca la sorda guerra de la fotografía"; es decir: los fotógrafos se disputan -disputa encarnada en la metáfora "sorda guerra"- el honor de inmortalizar las mejores y más arriesgadas imágenes de la lucha entre toro y torero. La estrofa finaliza con la recomendación al torero por parte del poeta de que en los momentos de máximo riesgo, que es cuando más desea agradar al público dando muestras de mayor arrojo, no se acobarde ("-¡ay, temeraria luz, no te atortoles!-"; verso 90).

Versos 92-95. El contenido de estos versos es relativamente simple: el público solicita que suene la música para premiar la valiente faena que viene realizando el torero, y quien preside la corrida concede la corespondiente autorización. Pero para expresarlo, Henández recurre a una compleja combinación de metáforas y sinécdoques; y así, la expresión "múltiple garganta" es un curioso tropo que participa, a la vez, de la metáfora y de la sinécdoque: la alusión metafórica al público se ve reforzada con el empleo del singular -en vez del plural- para referirse al griterío de los espectadores que reclaman que suene la música. Y con una nueva sinécdoque -"balcón"- alude Hernández al presidente de la corrida: él es quien ha de autorizar que la música suene cuando lo pida la "múltiple garganta", es decir, las voces de la gente.

Versos 96-105. El torero se arrima cada vez más al toro, ejecutando arriesgados pases y dando muestras de un extraordinario valor que pone en riesgo su vida, en tanto que el toro intenta inútilmente acornearle en aquella zona corporal en la que el torero exhibe su masculinidad. Adviértase el valor polisémico de la palabra sobresaliente con la que el poeta se refiere, sucesivamente, al lugar en que sobresalen los atributos masculinos del torero (versos 99-100: "¡Ya! casi experimenta heridas / el lugar sobresaliente") y al propio diestro (verso 101: "sobresaliente de arrogancia", sutil metáfora que presenta la hombría del torero en toda su magnitud). Sobre el ruedo se barrunta la tragedia: la arena de la plaza es como un tambor, y el drama que en ella se está representando -la lucha entre torero y toro- es como el tamborilero que lo bate (verso 103). No obstante, se va a cumplir el ritual, y la corrida va a terminar en la forma prevista: el trágico destino del toro de lidia se realiza sin remisión, y es estoqueado en la plaza pagando con su vida la nobleza de su casta (versos 104-105).

Versos 106-112. Nuevamente, una concatenación de metáforas y sinécdoques le sirve al poeta para expresar los momentos postreros de la lidia: el torero es "enterrador de acero" (verso 106) porque sepulta su espada -sinécdoque de la materia por la obra: el acero, por la espada-, es decir, "el arma de su gloria" (verso 107) en lo más profundo del cuerpo del toro (verso 107, en el que con la metáfora "grana" se alude a la sangre); al rabo del toro -trofeo que recibe el torero como premio a su valiente faena- se alude metafóricamente con el verso 111: "el miembro que aventó moscas un día,", en un audaz cambio del tono "heroico" por el humorístico; y con otra sinécdoque -de la parte por el todo: "cascabeles", verso 112) se hace referencia a las mulillas, adornadas precisamente con cascabeles: "mientras su muerte arrastran cascabeles.", verso que encierra, además, una antítesis en la que se contrapone la tristeza por la muerte del toro con la alegría que trae al ambiente el sonido de los cascabeles.

Versos 113-114. El humor vuelve a estar, en cierto modo, presente en los dos útimos versos, con los que el poeta remata un poema que podría haberse dado por concluido con el vocablo "cascabeles" del verso anterior; y es que la fiesta ha tenido el sol -y la gracia y la belleza- que un pintor expresó en el cartel anunciador de la corrida: "-¡Se ha realizado! el sol que prometía / el pintor, si la empresa, en los carteles".

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