1. Rainer María Rilke. A la memoria de Francisco Montes Reina "Paquiro",
Desde que, insignificante casi, se arrancó
del toril, con el espanto pintado en el semblante,
y aceptó la terquedad del picador
y la incitación de las banderillas como
si fuese un juego, ahora su fogosa estampa
se acrece. Mira: en qué tamaña mole
se amontona, desde el antiguo negro odio,
blandiendo su testuz cual puño airado, fiero;
no jugando ya contra uno cualquiera,
no: enarbolando en su cerviz sangrientas
banderillas por detrás de los calados cuernos,
conociendo desde ahora a su enemigo eterno,
aquel que en oro y seda rosa malva
se vuelve de súbito y, como a un enjambre
de abejas que con gesto despectivo sacudiera,
al aturdido por debajo del brazo le deja
libre el paso, mientras sus ardientes miradas
se alzan de nuevo, suavemente conducidas;
y como si aquel círculo, afuera, se remansara
en el destello y oscuridad de sus ojos
y en cada palpitación de sus párpados,
así, imperturbable, sin odio,
reclinado en sí mismo, sereno, sosegado,
hunde su estoque casi dulcemente
en la gran ola que rueda de nuevo
impetuosa a estrellarse en el vacío.
Escrito a la vista de una estampa del torero entrando a matar. Corrida (In memoriam Montes, 1830), París, 3 de agosto de 1907. Traducción de Jaime Ferreiro Alemparte.
2. Serafín Estébanez Calderón. Luzbel y Montes
Trocándose Luzbel en negro toro,
con asta y traza fiera cerrar quiso
la puerta celestial del Paraíso
al noble atleta cuya muerte lloro.
El campeón Miguel, su estoque de oro
con su manto le ofrece de azul viso,
los toma al punto, airoso mide el piso
y cita al monstruo con tropel sonoro.
El bufa y ruge, le acomete y cierra;
mas al trapo burlado, grata historia,
truncado el cuello, al golpe atroz se atierra.
El cielo en coro aplaude la victoria,
vomita el dragón fuego y muerde tierra,
y Montes triunfa, entrándose en la gloria.
3. Alfonso García Tejero. De Los toros.
Aun viven en los cantos populares
un Cándido, un Guillén, un Pepe-Hillo,
y el célebre Romero, y Costillares,
que lauros conquistaron a millares
y es eternal de su corona el brillo.
También cedió para un altivo diestro
la fama su laurel rico, esplendente.....
para el ínclito Montes, el maestro,
que fue en el arte con orgullo nuestro
un genio superior....., genio eminente.
Aquella majestad, brío, limpieza
en los pases, recortes y capeo.....
y tanta donosura y gentileza,
y heroico valor, tanta destreza
le hicieron el caudillo del toreo.
El rey de los toreros se apellida
y con justa razón rey se proclama.....
Su nombre ya no muere, pues su vida
en letras de oro se verá esculpida
y tanto durará como su fama.
4. Canción recogida por García Lorca. El Café de Chinitas.
En el Café de Chinitas
dijo a Paquiro un germano:
soy más valiente que tú,
más torero y más gitano.
En el Café de Chinitas
dijo Paquiro a Frascuelo:
soy más valiente que tú,
más gitano y más torero.
Sacó Paquiro el reló
y dijo de esta manera:
este toro ha de morir
antes de las cuatro y media.
A las cuatro de la tarde
se salieron del café
y era Paquiro en la calle
un torero de cartel.
(1) Ese enfrentamiento en la realidad debió ser el que tuvo el torero Lucas Blanco (condenado a muerte por el asesinato).
(2) Ese enfrentamiento en la realidad debió ser el que tuvo (sin mayores consecuencias) con El Chiclanero
5. Copla popular
“Ya se murió Curro Montes,
Ya se murió el Chiclanero,
Ya no quedan en el mundo
Arte, valor ni salero”
6. Jesús Cuesta Arana. Paquiro de mar y oro
Un toro por montera coronando la testa
de un marqués a punto de título.
Dos bramidos por ojos, surcando el aire la mirada
semejando dos mascarones de proa patinados por la mar.
La boca orillando la tristeza con rictus sensual.
Nariz olfato de aires primitivos de Sancti Petri.
Patillas de sentidor romántico como dos hachas negras
cortando el curtido cuero.
La frente, calma chicha con la tormenta por dentro.
El cuerpo, tan pétreo y airoso como la Torre de Reloj.
El mar es vino de la tierra en los atardeceres de Chiclana,
donde el bronce campana
de la memoria de Francisco Montes
alborotó con su metal la estrella de la mañana.
Paquiro no fue, es, ni será carne de lápida
sino eterna brisa de recuerdo aéreo
donde suena el latido de los números rojos y negros,
al pie de un reloj sin manecillas,
un reloj sin arena, un reloj sin sol.
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