"Recomiendo que (al citar los toros) nunca se les eche el capote al testuz, sino siempre abajo, para que se acostumbren a humillar bien y descubrirse"
"El verdadero valor es aquel que nos mantiene delante del toro con la misma serenidad que tenemos cuando éste no está presente; es la verdadera sangre fría para discurrir en aquel momento con acierto qué debe hacerse con la res"
"Consiste el cambio en marcar la salida del toro por un lado de la suerte y dársela por el otro. Por consiguiente, solo puede hacerse con la capa, con la muleta o con otro engaño, que así como estos, pueda dirigirse con facilidad y se lleve al toro bien metido en él..............Muchas veces los toros que ganan terreno obligan a darlo........por haber despreciado el engaño y haber ido a rematar sobre el cuerpo: en este caso, el diestro consumado puede echar mano del cambio con mucha ventaja, previniéndose antes con algunos pasos de espaldas. Por consiguiente.............viene a ser con los toros de sentido un recurso harto más seguro y precioso que los demás conocidos"
"Los galleos se pueden hacer de infinitos modos, en atención no sólo a las circunstancias en que esté el toro y al modo de emprender la suerte, sino a la clase de engaño, al modo de llevarlo. a la clase de remate que se da, etc.............El modo de hacerlos es igual en todo, y siguen las mismas reglas. Todos los galleos son sumamente bonitos y se hacen con mucha frecuencia"
Francisco Montes
Francisco Montes, Paquiro, nació en Chiclana, en 1804. Se le conoce como Paquilo al principio. No es hijo ni pariente de toreros.
Con sólo dos meses en la Escuela de Tauromaquia de Sevilla, consiguió llamar la atención del director de la Escuela, nada menos que Pedro Romero, al que inmediatamente le sorprendieron sus portentosas condiciones. Llegó a decir: "En este siglo no saldrá uno que lo iguale"
Pedro Romero, en carta inserta en El Correo Literario en 1832 dice lo siguiente:
"Sin querer mezclarme en más particularidades, manifestaré al público que dicho Francisco Montes entró de alumno en la Real Escuela de Tauromaquia, gozando la pensión de seis reales, concedida por su majestad a los de esta clase en el año de 1830, y que como diestro primero puse en él todo mi conato por mi obligación, y por advertir en él carecía de miedo y estaba adornado de mucho vigor en las piernas y brazos, lo que me hizo concebir sería singular en su ejercicio a pocas lecciones que le diese, y tal como se ha verificado"
No puede decirse de Montes que sea un torero precoz. Hasta el 1 de junio de 1830 no aparece su nombre en los carteles de toros, y entonces figura como sobresaliente de espada. El 6 de junio de 1830 actuó en Sevilla, anunciándose que "saltaría un toro de la cabeza a la cola, suerte difícil que nunca se ha visto en esta plaza"
Su presentación en Madrid y alternativa fue el 18 de abril de 1831, en unión de Juan Jiménez, el Morenito, que le cedió el primer toro, de Gaviria, y Manuel Romero. No estuvo el debutante muy afortunado en aquella ocasión, especialmente a la hora de matar. Sus estocadas resultaron atravesadas, defecto que habría de perseguirle durante algún tiempo y que aprovecharon sus enemigos para combatirle.
Volvió a torear en Madrid el 25 de abril y el 16 de mayo, advirtiéndosele más sereno. En la segunda de las corridas dio por vez primera en Madrid el salto de la garrocha.
En la Historia del Arte del Toreo, de Fernando Claramunt, encontramos la siguiente referencia a esta alternativa:
"Se lidian tres toros de D. Manuel Gaviria, vecino de Madrid y tres de D. Manuel Bañuelos Rodríguez, de Colmenar Viejo. Picadores: Juan Pinto y Francisco Sevilla. Matadores: Juan Jiménez, Manuel Romero Carreto y Francisco Montes, nuevo, de Chiclana. Sobresaliente de éstos: Pedro Sánchez. La función empezó a las cuatro. El primer toro, de Gaviria, buen mozo y bien encornado tomó siete varas, le pusieron cinco banderillas y le mató Montes, por cesión de Jiménez, de dos estocadas en buena dirección, que salieron por debajo del brazuelo izquierdo, las dos recibiéndole, otra regular, dos pinchazos en hueso y otra buena, toda a volapié. El cuarto toro, de Bañuelos, bien encornado, cobardón y muy revoltoso, no tomó vara alguna. Le pusieron ocho banderillas de fuego. Montes lo mató de un pinchazo en hueso y dos estocadas cortas en buena dirección recibiéndole; estuvo encunado en las dos y en la segunda recibió un puntazo en la parte superior e interior del brazo derecho junto al codo y varetazo más arriba en la primera, por lo que se retiró, rematando al toro con la puntilla. Destacó el nuevo matador por su serenidad delante de los toros"
La Tauromaquia completa de Francisco Montes, editada en Cádiz en 1836, con la colaboración del escritor Santos López Pelegrín "Abenamar", cuyo plan está calcado de la tauromaquia de Pepe Hillo, es más erudita y minuciosa y más sólida en sus conceptos y se convirtió en el código fundamental del toreo.
Se retíró a Chiclana y allí languideció largo tiempo, hasta que habiendo contraído unas fiebres tercianas, murió el 4 de abril de 1851, a la edad de cuarenta y seis años.
Fernando García de Bedoya (1802-1860), en su libro Historia del Toreo, editado en Madrid en 1850, escribe:
"(Pag. 158) Año de 1834……………Las simpatías que el público profesaba a Francisco Montes eran demostradas a cada paso, y la fama de este crecía sin
(Pag. 159) obstáculo de ninguna especie……….
(Pag. 162)………Año de 1838………Entusiasmo y aumento de afición para el público, produjo la estada de Montes este año en la plaza de Madrid………….Vino a dar por consecuencia, la revolución del toreo………eligiéndose al diestro que entonces hacía cabeza, como jefe universal del ejercicio………..
(Pag. 163)………Francisco Montes estaba llamado a motivar una revolución en el arte de torear, ………………………
(Pag. 164)……….Nosotros hemos sido los primeros en concederle esa singular serenidad que constituye la base de su acierto y perfección en cuantas suertes ejecuta, y los que más pronto comprendimos que sus facultades físicas, unidas a su natural valor para las reses y a sus acertados conocimientos, eran los elementos que más pronunciadamente demostraba, y que por esta cualidades estaba llamado a ser un gran torero y a ocupar un lugar importante, regularizando la lidia a su gusto y antojo..................Pasaremos al año de 1841……………
(Pag. 167)………..Gran entusiasmo supo inspirar este año el matador de toros Francisco Montes. El público reconocía en él a un regenerador del toreo…………Buenas cosas se le vieron y difíciles suertes practicó: el público admitía su trabajo con admiración y siempre causaba idénticos efectos. “Francisco Montes, decían, es el torero que ha habido” No recordaban que habían existido otros....................………….
(Pag. 175)……….Montes reunía, además de sus buenas dotes físicas para llegar a merecer un título privilegiado, un valor a toda prueba, y los buenos antecedentes que formaron sus primeras impresiones en la profesión. Los conocimientos profundos que los célebres y afamados Romero y Cándido poseían en la lidia a consecuencia de su larga y experimentada carrera tauromáquica, y que fueron maestros de Montes, tenía necesariamente que producir maravillosos efectos en cualquier que al toro se dedicase; pero con más razones podían esperarse…
(Pag. 176) cosas extraordinarias, tratándose de un hombre al efecto, cuyas dotes eran escogidas. Ahora bien, tales antecedentes, y la buena disposición física y moral, crearon a Montes el torero de la época, si bien pudo muy bien haber avanzado más, o mejor dicho haberse perfeccionado, si su carrera hubiese sido más larga y menos embarazosa…………Dejó pasar sus años de poder sin que lo utilizase cual debía, y el resultado fue el más perjudicial para él, pues contagiado por la torpeza que originó su quietud, fue después víctima de una res, que en su destreza habitual de otro tiempo, se habría burlado de ella……………….Francisco Montes ha sido por algún tiempo jefe de la lidia, según la opinión pública, y sin embargo, no ha estado jamás autorizado real y verdaderamente, por cuya razón ha limitado sus discípulos a José Redondo (el Chiclanero)…………….
(Pag. 184) Siguióse a esto la aparición de Francisco Montes, y todo desapareció: nada se consideraba; ningún lidiador le daba caza………….Montes promovió una completa revolución en la lidia, que tocó a un extremo que no se esperaba, y que desde su encumbramiento llamó a muchas personas a la afición de fiestas de toros………….Es innegable que Montes fue el motor de tan extraordinaria variación; a él se debe mucha parte de adictos a estos espectáculos: su destreza, la agilidad con que al propio tiempo estaba dotado, y sus suertes oportunas, infundieron tal confianza en el público, que nadie pensaba en una desgracia si Montes se situaba en el redondel. Había quien estaba persuadido de que los toros obedecían a la voz del distinguido diestro………….”Montes es en la lidia el grande hombre”, dice el público en general. “Montes es sublime”, contestamos nosotros"
Y más adelante, en el mismo libro, encontramos estos comentarios:
“(Pag. 223)………Es indudable que Francisco Montes nació para lidiador de toros, si atendemos a las dotes físicas con que la naturaleza lo adornó………..Importante fue para Montes este elemento de educación artística (se refiere a las lecciones recibidas en la Escuela de Tauromaquia de Sevilla); pues sin é, tal vez no habría llegado jamás a la altura que ocupó…………Esenciales eran a la verdad para un aprendiz de lidia, las lecciones que recibía en el terreno de la práctica, bajo la dirección de los dos maestros Pedro Romero y Gerónimo José Cándido………….
(Pag. 224)……….Francisco Montes se retiró a Chiclana para en ella aguardar la ocasión de manifestar su importancia en el arte de la lidia;……….
(Pag. 225)………Francisco Montes era por entonces buscado con avidez para conducir a su terreno a las reses extraviadas, lo cual practicaba con el auxilio de una capa o manta, consiguiéndolo en todas ocasiones de una manera sorprendente, por cuya razón, se le atribuye de estas causas, la procedencia de su acierto en el toreo de capa, que fue sin duda al que más afición le tuvo desde que a la lidia se dedicó………………….
(Pag. 226)……..Francisco Montes determinó pasar a la corte después de proveerse de una recomendación para el conocido y simpático matador Roque Miranda, la cual procedía del distinguido Gerónimo José Cándido………….En unas funciones de toros que debían verificarse en la plaza de Aranjuez, practicó Montes su primera salida, para ser reconocido por el público de estos países, y no puede lamentarse seguramente de haber pasado desapercibido. Infinitos aplausos se le prodigaron en aquella tarde, en la cual no estuvo por cierto desatinado. Regresó a la corte nuevamente,……….y fue escriturado por las funciones de aquella temporada, haciendo su primera salida en la misma, la tarde del siete de mayo de 1832………., y desde entonces, nada podremos decir que iguale a la velocidad con que Montes consiguió crearse la más distinguida de las reputaciones………….No es extraño que…….metodizase su conducta en tamañas circunstancias, pues de le presentaba la ocasión más favorable de utilizar y hacer valer la habilidad, destreza y maestría debida a su inteligencia………………
(Pag. 227)………No obstante lo merecido por Montes en aquella época, aun le restaba algo que observar en las reses, para titularse un completo lidiador. Después avanzó a este último extremo, y unidos sus conocimientos al valor y la serenidad, cuyas dotes tan características le fueron siempre, llegó al apogeo que podía aspirar………………Notable revolución causó Francisco Montes en el arte de torear, notable también fue siempre su sistema que jamás alteró por ningún motivo, pero más notable y extraordinario fue el furor que causó en el público de España………………Francisco Montes supo adquirirse un crédito casi general; también supo sostener la apreciación que el público le había una vez dispensado; y de este modo las cosas, optó por retirarse……….., puesto que nada le restaba que aumentar a su corona triunfal………………
(Pag. 228)…………….Diversas son las opiniones que existen sobre el fundamento de su reputación: unos la atribuyen a las muchas facultades físicas de que siempre hizo alarde; otros a este elemento y a su mucho corazón para las reses; y los más, últimamente, a su método y otras diferentes particularidades…………..
(Pag. 229)…….Francisco Montes nos merece el juicio de un buen torero en toda la significación de la palabra, para cuyo convencimiento no hay más que fijar la atención sobre determinadas operaciones que practica en infinitos casos, a las cuales adorna siempre una serenidad a toda prueba, hija del más excelente y consumado valor……………….Francisco Montes no desconoció jamás las obligaciones que como jefe de lidiadores tenía en el redondel, y siempre se le vio fijo en su correspondiente lugar, sin abandonar por eso la atención de que sus subordinados ocupasen así mismo el lugar correspondiente.
(Pag. 230)………Sus banderilleros, sus picadores, todos sus dependientes en fin, se encuentran siempre en su puesto, porque a cada uno de ellos sabe marcárselo con la debida anticipación, señalándoles al propio tiempo sus bien entendidos deberes……………….La capa de este célebre lidiador, es sin disputa una de las más eficaces para los quites a los picadores, en cuyas suertes manifestó siempre una distinción especial, pues en no pocas ocasiones se le ha visto que no siendo suficiente su capote y sus oportunas llamadas a las reses para hacerla separar del picador y el caballo, agarraba al toro y lo sujetaba por el rabo, antes que ocasionase una desgracia. Cuando no era necesario conducir a tanto extremo sus cuidados, se concretaba en la practicación de estos quites, de la manera ordinaria que todos conocen, pero siempre con el cuidado de despedir al toro por el costado que proporcionase su fácil salida, y dejando en completa seguridad a los que de otro modo pudieran temer una desgracia. Y es bien seguro que por esta razón mejoraban de condición muchos de los picadores que con él trabajaban………………..
(Pag. 231)……..Francisco Montes ha sido objeto de numerosos y nutridos aplausos de cuantos públicos le han visto trabajar con la capa………..Hay suertes favoritas, digámoslo así, del diestro en cuestión, las cuales son ejecutadas por él de una manera admirable y una perfección poco común, pero otras se han practicado con el mayor arte, por diferentes diestros de su época……………..mas en las suertes llamadas al natural, está Montes sin disputa a la altura de su reputación. Mucho se necesita para igualarle y aparecer con el desembarazo que en Montes se nota. Su capote entretiene a la res y aun la sujeta según a la voluntad del torero cumple………………Francisco Montes considerado como matador de toros, deja algo que desear……………….Una de las primeras circunstancias del diestro, es reconocer el terreno que la res prefiere durante la lidia………..pero Montes……..no fija su consideración en esta parte, pocas veces obedece a sus conocimientos, y aun con exposición las trastea y las obliga con su mano izquierda, a que perezcan en donde quiera que a sus deseos cumple……
(Pag. 232)………Juzgada después la defensa de su muleta, nos parece asimismo excelente; ¿pero qué hemos notado en ella? Lo diremos: la muleta por muy perfecta y defendible que aparezca, necesita el auxilio de su antigua agilidad para su completo lucimiento: es franca, sencilla, inmejorable en estos conceptos, pero que por sus mismas condiciones ha de menester de mayor agilidad…………..creemos también que para quien no posea profundos conocimientos en las reses y en la lidia, y no tenga una gran serenidad, un excesivo valor y muchas facultades físicas, es incompetente, expuestísima, comprometida en fin, y sin resultado de utilidad……………….Ocupándonos de Montes como estoqueador, nada podremos decir que le favorezca: en nuestro juicio y en el de muchos de sus más entusiastas apasionados, no parece el mismo hombre que ha trasteado la res; más claro, no corresponde a sus otros antecedentes………
(Pag. 233)………..Francisco Montes es un torero de valor, de conocimientos, de serenidad, de buenas suertes………….; pero ¿este lidiador aparece siempre que estoquea a la altura del que posee tantas y tan distinguidas cualidades? Creemos que no: el que como él estuvo tan ayudado de la naturaleza, no debió dar jamás estocadas atravesadas…………..Este mismo diestro cuyo procedimiento en ocasiones, y aun las más veces, nos deja tanto que desear, en otras se nos presenta a mayor altura………..Le hemos visto recibir toros a la muerte de una manera que causaría envidia al mismo Pedro Romero, perfeccionador de esta suerte: le hemos visto consentir al toro, de que iba a dejarse coger, y cuando la res persuadida enseñaba el sitio de su muerte, Montes le acertaba una magnífica estocada por todo lo alto, y sin moverse ni una línea del sitio que ocupara…………Francisco Montes fue siempre un torero de (Pag. 234) genio más que de arte, generalmente hablando, y como el público debe conocer, sus facultades físicas fue el más poderoso elemento con que este lidiador contaba al dedicarse a este ejercicio, y el que más eficazmente contribuye a que se distinguiera desde luego y adquiriese ese crédito colosal que disfruta…………………….Después de haberse dedicado este célebre lidiador por algún tiempo al cuidado de los intereses………volvió otra vez a la activa de su ejercicio, ¿y qué encontró en ella? El desengaño que era consiguiente: halló la falta de sus facultades físicas que tan oportuna y hábilmente había antes combinado con el genio………….
(Pag. 236)…….Francisco Montes es y ha sido más torero de genio y facultades que de arte…………..Es evidente que el célebre lidiador no debió lanzarse al redondel en este último tercio de su vida……………….
(Pag. 238)………………Hemos creído como un deber nuestro la clasificación de Montes como lidiador, que según hemos insinuado tenemos pruebas solemnes para reconocerlo como un diestro aventajadísimo en determinadas cosas, pero no por eso habremos de abandonar nuestras convicciones, y conceptuarlo acertadísimo y perfecto cuando su cualidad de torero de genio, no lo eleva a tanta altura…………….
(Pag. 239)………..Su especial condición de lidiador de genio lo releva asimismo de dedicarse a enseñar el arte de torear, porque Montes ejecuta en la lidia lo que no es fácil pueda transmitir a otros. Las creaciones del genio son
(Pag. 240) hijas de la imaginación que las crea, y por consecuencia intransmitibles”
José Velázquez y Sánchez (1826-1880), en su obra Anales del Toreo, editada en Sevilla en 1868, escribe:
“(Pags. 103 y 104)……Francisco Montes apareció en escena de los gloriosos triunfos y de las tremendas desgracias, sin ninguno de los ordinarios precedentes que solían recomendar a la benevolencia del público a los jóvenes diestros………………Montes no había sido banderillero de ningún matador de renombre, ni le cubría con su protección afectuosa un maestro de memoria grata; ni daba principio a sus tareas bajo el amparo de un director aplaudido, y empeñado en favorecerle. Al cerrarse la escuela tauromáquica de Sevilla Paquilo era uno de los alumnos más adelantados de aquel centro de instrucción y solo con este título inauguró sus campañas de Andalucía; sacando partido de sus privativas y selectas facultades, y supliendo perfectamente lo que le faltaba para consumado torero con lo que poseía de excelente y de oportuno, con una táctica y un orden de conducta como lidiador y como particular que contribuían a la recomendación de su persona y al prestigio de su tipo en el toreo, aumentando el efecto y la misma entidad positiva de sus cualidades y circunstancias………Francisco Montes como Herrera Guillén no encontró rivales en el palenque taurino, cuando entró en él a ganar su fama, en la completa integridad de sus fuerzas y potentes recursos, y en los primeros bríos de una voluntad secundada por la naturaleza y el arte…………Francisco Montes era un torero de escuela especial, porque su cuarteo, su quiebro, su galleo, sus quites, sus cambios y sus recortes, se fundían en una fuerza hercúlea de piernas y en una ligereza muscular de cintura…………Sus saltos de garrocha y al trascuerno, su capeo particular, sus juguetes originales con los toros, y sus rasgos de serenidad y audacia, tenían por explicación estas dotes superlativas; porque al llegar al punto de perfilarse con el testuz y herir en los rubios Paquilo cuarteaba, se escupía de la res, y las estocadas resultaban por lo común atravesadas, en el lado contrario o cortas………….Francisco Montes era un hombre de claro entendimiento, y que resolvía las cuestiones de su interés con prontitud y precisión en sus cálculos…………..Como lidiador revistió de autoridad, energía, mando y preeminencias, la categoría del primer espada; rodeándose de gente escogida, sumisa, y atenta a seguir sus indicaciones; subordinando todos los lances de la lidia a su dirección, sin permitir a ninguno iniciativas ni pruritos de señalarse; atrayéndose el aprecio y la estimación de su cuadrilla en la doble calidad de entendido jefe y de maestro celoso; elevando el lucro y la representación social de los toreadores a medida que cundían en el público la consideración y el afecto hacia aquel personaje extraordinario………….Como individuo huyó Montes de círculos estrechos, compañías viciosas, y compadrazgos vulgares; recibiendo y visitando al noble y al rico; accesible al humilde y al indigente; digno sin altivez; reservado sin hosquedad; prudente sin suspicacia; franco sin alarde; valiente sin demostraciones ni alharacas; disfrutando de su gloria sin parecer apercibirse de ella…………….Es una autorizada tradición entre los aficionados antiguos que Pedro Romero con su toreo clásico de suertes marcadas, y lances en todo rigor de reglas del arte taurómaco, era el matador de los inteligentes, mientras que Hillo, con su movilidad y sus arrojos temerarios, simpatizaba con el pueblo, acreditándole por su héroe los repetidos fracasos que no disminuían su bravura. Francisco Montes, que no podía seguir la pista del insigne diestro de Ronda, porque carecía del admirable conjunto de prendas y disposiciones de aquel fénix de los toreros, tampoco quiso captarse la simpatía de la muchedumbre de profanos a costa de riesgos y a fuerza de bregas aventuradas con las reses, y adoptó una marcha consecutiva de reposo, disciplina y tacto, que surtió prodigiosos efectos en el ánimo de los espectadores por la organización acertada de la lucha. Nadie como él para rodear de ostentación y de aparato aquellas lucidas suertes, en que su ligereza y seguridad no encontraban competidor posible en el ejercicio. Ninguno quebró jamás a los toros boyantes tan a tiempo, en menor espacio, ni tan reciamente; quedándose casi encunado, vuelto de espaldas, y tranquilo sobre la posibilidad de nueva acometida de la jadeante y apurada fiera. Los mismos accidentes de la lid, en que Francisco Montes era inferior a algunos de sus contemporáneos, solía realzarlos con invenciones del momento, que tras de la sorpresa producían el entusiasmo en la concurrencia impresionada………………
Desde 1832, en que Paquilo se ajustó en la plaza de Madrid de segundo espada, hasta 1846, en que se marcó el descenso de sus facultades en rápida y sensible gradación, su carrera fue una serie de triunfos y de ovaciones sin límite. Juan Yust, que parecía destinado a eclipsar el astro de su gloria, pasó por su horizonte como deslumbrador y fugaz meteoro. Juan Lucas Blanco, que empezó prometiendo un nuevo Costillares, sucumbió a su falta de manejo y pericia. Francisco Arjona Guillén, que aun mediando el fuero de la celebridad hubiese podido ganar el terreno al pro-hombre de la tauromaquia española, tuvo que atender a disputar en una y otra jornada la estimación pública a José Redondo, protegido, discípulo y hechura de Montes, y una de las más lisonjeras esperazas del festejo nacional……………
(Pag. 202)………Es lo cierto que en el siglo XIX y en Europa ningún nombre ha resonado tanto como el de Francisco Montes, el Napoleón de los toreros, y ningún héroe ha recibido mayor número de homenajes que el diestro español, cuyo retrato han reproducido la pintura, la escultura, el grabado, la litografía, el troquel, los punzones, los telares, los moldes de fundición y los cerámicos………
(Pag. 203)……El afecto de sus camaradas le distinguió con el diminutivo cariñoso de Paquilo, derivación de Paco………….Veinticinco años contaba Paquilo cuando conoció a Gerónimo José Cándido, nombrado profesor de la Escuela de tauromaquia preservadora de Sevilla
(Pag. 204)….,toreó en su presencia con tal brío, desenvoltura y garbo, que el discípulo y cuñado de Pedro Romero se declaró su padrino; alcanzándole en la escuela una plaza de alumno, pensionada con seis reales diarios, que aceptó gustoso y agradecido.
En una curiosa carta de Pedro Romero, con fecha de Setiembre de 1832, dice el esclarecido espada rondeño lo siguiente:
“…….Francisco Montes entró de alumno en la Real escuela de tauromaquia……en el año de 1830………él carecía de miedo y estaba adornado de mucho vigor en las piernas y brazos, lo que me hizo concebir sería singular en su ejercicio a pocas lecciones que le diese, y tal como se ha verificado”……….Al cerrarse la escuela de Sevilla, Francisco Montes era tenido por el discípulo de primera nota en aquella enseñanza, y tanto Geromo Cándido como Antonio Ruiz le vaticinaron su rápida elevación; aprobando su propósito de no entrar de subalterno en cuadrilla alguna……….
Pocas funciones se le brindaron en la temporada de otoño de 1831; pero fueron las suficientes para que cundiera entre los aficionados de España la noticia de haber aparecido en Andalucía un torero particular, sin enlace con las tradiciones consecutivas del arte antiguo, ni paralelo con los representantes de las distintas escuelas de toreo que se disputaban el favor público, cuando muy pocos reunían lo esencialmente bueno de todas, como acontecía con Juan León, único que podía jactarse de lidiador general……….
Ya en 1833 figuró Montes de primer espada……..desenvolviendo con éxito superior a todo cálculo su sistema de lidiar en esas formas
(Pag. 205) que le eran privativas, y que nadie ha seguido luego, ni aun José Redondo, que fue un reflejo vivo de su protector y maestro……………….Fijémonos ahora en el tipo que como lidiador nos presenta Francisco Montes…………El ojo práctico de Pedro Romero descubrió los polos de la celebridad de Paquilo en aquella falta de miedo y aquel vigor portentoso de piernas y brazos, de que debía sacar tan inmenso partido el alumno pensionista de la Escuela sevillana, cual predecía el maestro en 1832……….Montes recibió de la próvida naturaleza una agilidad tan peregrina en los movimientos, que experimentaba un día y otro, y siempre a menor distancia del bruto, y retardando ex profeso el punto de rehuir su persona del empuje ofensivo del testuz, concluyó por convencer a aquel hombre fenomenal de que podía emprenderlo todo con las fieras astadas; sobrándole tiempo y recursos para evitar contingencias, que en otros lidiadores habrían sido irremediables siniestros. El salto de la garrocha y al trascuerno, los quites y cambios, los cuarteos y recortes, el capeo único y sorprendente, las paradas en firme, las entradas y salidas de jurisdicción a la cabeza de los toros, aquellos floreos con los animales revoltosos, el quiebro que frustraba con tanta precisión y mágico efecto las arremetidas súbitas o provocadas de los bichos, las continuas y pasmosas novedades en la briega con que su genio audaz excitaba el frenesí del entusiasmo en los espectadores atónitos, no procedían de otro origen que su ilimitada confianza en unos músculos de acero y la intrepidez que proviene de la seguridad de unas fuerzas inagotables. Lo que todos hacían a pies levantados y cuidándose de ganar sobrado terreno, Montes lo efectuaba cuadrándose, y dejando llegar al toro hasta el bulto, con espanto del pueblo y reacción de intenso alborozo al ver libre de riesgo al lidiador, y sin haberse apercibido del rápido movimiento que burlaba la embestida del feroz cuadrúpedo. ¿Quién rivalizaba con aquel favorito del poder sumo, que convertía en vistoso juego unos lances, en que sus émulos hubieran sucumbido fatalmente?...........Si Francisco Montes, torero imponderable, hubiera tenido la muleta magistral de Joaquín Rodríguez o el herir certero y decisivo de Curro Guillén, hubiese forzado a
(Pag. 206) todos los diestros de su época a rendirle parias, sin que ninguno osara sostenerle competencia, como le sucedió a Juan León, Juan Yust, Cúchares, y hasta con el ingrato Redondo, su hechura; pero la flámula de Paquilo fue siempre seca y escasa de variedades ingeniosas, y su cuarteo en la cabeza, excesivo o corto en demasía, impidiéndole meter el brazo con firmeza y holgura, le hizo matador de golpes atravesados y de tropiezos frecuentes. A fuer de diestro valeroso y entendido, ejecutaba todas las suertes de espada que dejó escritas en su famoso “Arte de torear”, mas en paralelo con el trasteo inolvidable de León y de Arjona y con la limpieza y desahogo en estoquear de Yust y de Redondo, el público advertía el vacío de aquella culminante figura, conviniendo en la certeza del sesudo adagio latino, que traducido a nuestro romance viene a decir –“no son todos para todo”-………………..Montes llegó al apogeo de su gloria en 1840………………Las facultades hiperbólicas de Paquilo resistieron al quebranto de un ejercicio constante, hasta que hubieron de resentirse del abuso, agravado en sus efectos por las fatigas, inherentes a los asendereados viajes de entonces, por las consecuencias de multiplicados percances con las reses resabiadas, y por esa vejez prematura que abate las existencias afanosas, gastados a la vez alma y cuerpo en el torbellino de las violentas emociones y de las rudas tareas. En 1846 le visité en compañía del conde viudo de las Navas, parando Montes en la antigua fonda del Rezo, y antes de la lidia del 26 de Octubre, en celebridad de los regios enlaces de ambas hijas de Fernando VII, a expensas del municipio sevillano. Felicitándole el conde por su lucimiento en los festejos Reales de Madrid, y augurando iguales triunfos en la corrida anunciada en Sevilla, contestó el héroe Chiclanero con sonrisa melancólica:
-Ya no estoy para esta briega, señor conde; y es muy triste para los hombres acostumbradas a cumplir que no alcancen las fuerzas adonde se extiende la voluntad………………
(Pag. 209)…………..No es exacto que iniciara la briega de los diestros en las suertes de pica y banderillas, fiada en lo antiguo al medio espada o al sobresaliente; porque Curro Guillén, Antonio Ruiz, Jiménez y León, tenían ese sistema antes de Paquilo; siendo verdad que el espada Chiclanero superaba en esta briega a todos sus predecesores. El mando severo en la cuadrilla, la solemnidad y el orden de los espectáculos, y la altura de la remuneración de los ajustes, se refieren a la época de Francisco Herrera Rodríguez, aunque Montes siguiera tan pujante impulso con la proporción que le suministraron sus méritos y fortuna. Lo que no hay quien le dispute en su carrera es la entonación casi épica que supo dar a su papel en el coso; la dignidad de que procuró revestir a todos sus dependientes y subordinados; el exquisito tacto con que llegó a traer a su partido a todas las clases de nuestra sociedad; la feliz combinación de su carácter, afabilísimo para las personas de toda especie y firme con los que se proponían abusar de su condescendencia; sus bien calculadas y mejor mantenidas relaciones con sujetos, que por su categoría, luces, influjo o posición eventual, podían contribuir a su favor y encumbramiento; el realce deslumbrador que daba a sus menores actos sin parecer apercibirse del efecto que producían; la maña con que lograba excitar la publicación y circulación extensa de todos sus pasos en las diferentes provincias que recorría triunfante; el talento singular con que hizo sobresalir su figura en el cuadro de una civilización, exuberante de vida y palpitando entre agitaciones febriles………..Entristecido como Costillares por la inacción, achacoso por el abuso de sus fuerzas, y agravado en sus achaques por su último fracaso en la plaza de Madrid, Francisco
(Pag. 210) Montes languideció en Chiclana algunos meses, y habiendo contraído unas tercianas, que degeneraron en calenturas perniciosas, sucumbió a su intensidad en el día cuatro de Abril de 1851……., y a la edad de cuarenta y seis años, aunque parecía de fecha más remota por la destrucción de su ser físico.”
José Sánchez de Neira (1823-1898), en su libro El toreo. Gran diccionario Tauromáquico, editado en Madrid en 1879, escribe:
“Francisco Montes (Paquiro).Al hablar de este hombre extraordinario, de este coloso del arte, de este privilegiado entendimiento taurómaco, sentimos cierto temor de no saber explicarnos con claridad al describirle; porque Montes era muy grande en su arte, un genio………………
Nació Montes en Chiclana el 13 de enero de 1805, y su padre, don Juan Félix, empleado y administrador de los bienes de un título, procuró dar a aquél una buena educación, que a lo mejor fue suspendida por la cesantía de su cargo y consiguiente falta de recursos…….
Entonces tuvo precisión de dedicarle al oficio de albañil, que siguió Montes constantemente hasta el fallecimiento de su buen padre, a pesar de que hacía tiempo que se había encariñado con la idea de ser torero………
Aprovechando ocasiones, se ejercitaba en lances de a pie y a caballo con reses bravas en el matadero y en el campo, en los cuales se distinguí tanto, que habiéndole visto torear el maestro Jerónimo José Cándido, le alcanzó una plaza de alumno, pensionada con seis reales diarios, en la Escuela de Tauromaquia de Sevilla…………
Le tomó bajo su dirección y le recomendó mucho en 1830 al gran maestro director Pedro Romero, quien al hablar tres años después de las circunstancias de su discípulo, ya conocido en público, decía: “Como diestro primero pues en él todo mi conato por mi obligación, y por advertir en él carecía de miedo y estaba adornado de mucho vigor en las piernas y brazos; lo que me hizo concebir sería singular en su ejercicio a pocas lecciones que le diese, y tal como se ha verificado”………
El pronóstico del gran maestro se había cumplido………
A finales de 1831 toreó de espada ya Francisco Montes, sin haber sido peón de ninguna cuadrilla, ni siquiera media espada; y tal cundió su fama en poco tiempo, que después de trabajar algunas corridas en Aranjuez en 1832, al año siguiente, 1833, fue ajustado para alternar en Madrid, primera plaza de España, con los hermanos Ruiz……..
Es imposible describir el entusiasmo que producía en todos los públicos ver trabajar como nunca se había visto, tan cerca de los toros y con tanta seguridad y confianza………
Ejecutar con igual limpieza las severas, aplomadas y tranquilas suertes del toreo rondeño, y las ligeras, ágiles y rápidas del arte sevillano……
Ver a un hombre que no movía los pies para las verónicas, que paraba para recibir toros, y que lo mismo saltaba al trascuerno que con la garrocha………
Que se encunaba de intento, y al dar el animal el hachazo, salía aquél ileso, despacio, tranquilo y sosegado, sin más que un imperceptible cuarteo o recorte, según el caso……
Que más de una vez, corriendo un toro por derecho, en lo más impetuoso de la carrera paraba en corto, clavaba los pies, sin temor al toro, el cual, o se plantaba asombrado, o si seguía, era por un lado del atrevido diestro, que a su voluntad le guiaba con el capote……….
Y todo esto practicado sin aceleramiento, a la perfección, con seguro conocimiento de lo que hacía, claro es que había de levantarse cien codos sobre todos y cada uno de los demás toreros……..No es extraño, pues, que en 1883 figurase nuestro hombre en Madrid como primer espada, por encima de matadores más antiguos que él……..
hasta que por fin en 1838 puso por condición en todas sus escrituras que se le había de reconocer preferencia sobre todos los demás diestros, fuese cualquiera su antigüedad, a excepción de Juan León, único a quien respetó en los circos de Aranjuez, Valencia y Sevilla……….
Suponer, indicar solamente, que León y Arjona han tenido mejor trasteo que Montes, cuando la muleta de éste fue siempre limpia, manejado con sujeción al arte y nunca sucia, de mareo ni de trampita, es confesar una de dos cosas: O mucha pasión, o más bien no haber visto torear de capa ni de muleta a Montes……..
Sólo en las estocadas recibiendo le adelantó José Redondo el Chiclanero; nadie más……..
Y no porque Montes se moviese ni se colocase lejos, sino porque, en nuestro concepto, sesgaba demasiado la salida con la muleta, y las estocadas resultaban atravesadas muchas veces……..
Si notable y sobresaliente fue este hombre incomparable en la ejecución de toda clase de suertes, no lo fue menos en la dirección de la plaza y orden de las cuadrillas, en que rayó a una altura sin igual……..
Ningún lidiador de a pie ni de a caballo se excedió ni faltó a su deber sin la represión más severa………..
Nunca un peón recortó un toro, hizo un quite, ni dejó correr por derecho, sin permiso suyo u orden determinada………
Y cuentan que Montes era afable con su gente, y la defendía a capa y espada en todo trance…….
Pero al mismo tiempo era inflexible………
En Madrid salió a poner banderillas su discípulo predilecto José Redondo el Chiclanero, con aquel garbo y gracia que todos los que le vieron no pueden olvidar; y fuese porque el toro se tapó quedándose en la suerte, fuese porque aquél se retrasó en la salida, ello es que José Redondo se pasó sin meter los brazos, y cuando volvió de mal humor a recoger el capote, en ocasión de que Montes tomaba los trastos de matar, éste le dirigió la voz, diciéndole:
-Está usted buen banderillero; quédese usted por hoy en el estribo, y aprenda cómo clavan los demás los palos……..
Y siguió su camino, si permitir en toda la tarde que saliera de las tablas……..
Fuera del circo, lo mismo que en él, sus subordinados no se igualaban con el maestro señor Montes, que así le llamaban……..
Muchas veces le vimos en una relojería de un inteligente aficionado, a que concurría muy frecuentemente, lo mismo que por la noche al café viejo de la Iberia, dejando a la puerta, o colocados en otra mesa, a sus muchachos……
Porque no le parecía bien que éstos entrasen en conversación con personas que a él honraban dirigiéndole la palabra……..Solamente hacía excepción de José Calderón (Capita), a quien distinguía mucho y veneraba por sus canas y por su inteligencia………..Pero hay que advertir que, a pesar de su altivez ,Montes oía, atendía y hacía caso de los consejos e insinuaciones que se le hacían relativos a la lidia………Más de una vez dijo “que su toreo lo había perfeccionado en Madrid, gracias a los consejos de los verdaderos aficionados, y en particular de don Alejandro Latorre, el cual le había hecho comprender cuidadosamente el modo de no atravesar los toros, como lo venía haciendo”………….Es más, cuando ya mataba, alternando, José Redondo, dijo Montes, sin ocultarse de nadie y pensando en la ejecución de la suerte de recibir, suprema del toreo: “Yo no sé qué tiene ese chiquillo para traerse los toros tan por derecho siempre”……Demostrado con esto que en él no cabía la ruin pasión de la envidia……..Desde 1845 sus facultades fueron a menos; procuró torear poco, se lució en las funciones reales de 1846, tanto o más que en las de 1833, y no le volvimos a ver en Madrid, hasta que el inteligente empresario don Justo Hernández consiguió contratarle para el año 1850……..Su llegada a la Corte fue un acontecimiento notable……Hubo convites espléndidos, músicas y otras demostraciones de simpatías, que el lidiador sin igual agradeció conmovido………Su toreo fino y elegante no había perdido nada; pero sus facultades, su ligereza especialmente, estaba entorpecida , y aquellas muy mermadas……….En la desgraciada tarde del domingo 21 de junio de 1850, que fue la última en que lidió, un toro llamado Rumbón, de la ganadería de Torre y Rauri, casta jijona, que había sufrido banderillas de fuego y estaba muy descompuesto, le causó una herida encima del tobillo, y otra mucho mayor en la pantorrilla izquierda, de una pulgada de profundidad y de una extensión enorme, al darle un pase ……….Redondo tuvo que matar el toro, verificándolo por cierto de una magnífica estocada arrancando; y Montes, después de una primera cura, fue conducido a su casa habitación, acompañado de todos sus amigos y admiradores y de un inmenso gentío……..Durante su enfermedad, el pueblo de Madrid le demostró sus simpatías…………Ya restablecido marchó a Chiclana e primeros de septiembre……..A poco tiempo, unas calenturas intensas y constantes concluyeron con la existencia del torero sin rival, que falleció en el pueblo que le vio nacer, el viernes 4 de abril de 1851, a los cuarenta y seis años , dos meses y veintidós días de edad………….Era de un estatura regular, más bien alto que bajo, delgado, de fisonomía agradable, pero representando siempre mucha más edad de la que realmente tenía……….Algunos atribuyen su anticipada pérdida de vida a excesos cometidos para olvidar el amargo recuerdo de secretos disgustos que le atormentaban………..Bajo sus inspiraciones y con su nombre se publicó un Arte de torear a pie y a caballo, el más completo, minucioso y bien entendido de cuantos hasta entonces se había publicado………….Se ha reconocido en Montes, por escritores anteriores a nosotros, al primer director de lidia………..Se ha considerado que para librar en sus caídas a los picadores era eficaz y entendido como nadie……..Pero se ha dicho que capeando sólo se distinguía haciéndolo al natural……Esto no es verdad…..Montes capeando al natural, que nosotros, para precisarlo más, diremos a la verónica, era efectivamente notabilísimo; pero no lo era menos en los galleos, en que pocos le han igualado, en las navarras y en las de espaldas o frente por detrás, que hacía con perfecta exactitud; sin que por esto queramos decir que nadie, antes o después de él, haya capeado tan bien algunas veces…….Cúchares, por ejemplo, daba unas navarras inmejorables; el Tato unos galleos lucidísimos; pero en las demás suertes de capa estuvieron siempre muy por bajo de aquel maestro……..Uno solo, que aún existe (¿se refiere a Pedro Romero?) puede sostener sin quedar desairado la comparación con Montes en las suertes o lances de capa de todas clases……………..También se censura a Montes, y en esto tal vez nos encontremos más conformes, el que, conociendo como conocía muy bien el sentido, querencias y condiciones de los toros, se empeñase en muchas ocasiones en obligarles a ir donde él quería…..En sujetarles, digámoslo así, con los vuelos de la muleta, y hacerles morir en sitio determinado, por más que éste fuese peligroso para el diestro…….Efectivamente, ésta era una de las soberbias de su carácter especialísimo, que no le consentía nunca esquivar el peligro…….Era en esto tan singular, que más de una vez anunciaba a los demás compañeros los detalles de las suertes que iba a ejecutar…………….Trasteaba un toro tuerto de la ganadería de doña María de la Paz Silva, condesa de Salvatierra, muy cerca del tendido 3 de la plaza vieja de Madrid, que a su lado tenía la puerta de caballos, y a la cual había tomado el toro marcadísima querencia……Había visto Montes en la primera andanada de palcos, que casi estaba encima de aquel sitio, a muchos de los buenos aficionados que le distinguían; y sea por esto, o por la tenacidad de su carácter, se empeñó en matar allí al toro y no en otro lugar de la plaza, a pesar, y tal vez por esto mismo, de que desde el tendido le advirtieron se lo llevase a otro lado…..Preparó el toro a la muerte, y antes de perfilarse, dijo a Capita en voz que todos oyeron:
-Calderón, hay que dejarse coger para consentirle; váyase usted a la cola, que por allí saldré.
Y efectivamente, se cerró mucho, bajó mucho la muleta para que el animal humillara más, se arrojó por derecho y en corto, y…….salió como había pronosticado, enganchado por la entrepierna y volteado al lomo del toro, que no pudo revolverse por la tremenda estocada que había recibido y porque se inclinó a la querencia de la puerta……..Al levantarse sin lesión alguna, la ovación fue unánime; pero los que conocieron tan temeraria obcecación reprobaban particularmente tan expuesto alarde de inteligencia y serenidad en el peligro…………….Montes como estoqueador de toros, era más desigual…….Importábale poco, y en este punto opinamos como él, que la estocada fuese más o menos alta, recta o delantera, si la había dado con sujeción a las estrictas reglas del arte, clavándose en el terreno, inmóvil y esperando al cite o arrancando por derecho, en corto y sin precipitación………No era de los que buscaban los aplausos por el resultado de la suerte, sino por el modo de ejecutarla…………….Otra de las cosas que se han dicho de Montes, es la de que, siendo más bien toreo de genio que de arte, en cuanto le faltaron facultades sólo se vio en él al hombre de experiencia y conocimientos, valor y buenos deseos…………Concedemos que era un genio en su arte, cuyos secretos conoció como nadie, y cuya aplicación rápida, instantánea, ponía en práctica con asombroso resultado y sin precipitación ni aceleramiento……….Pero decir después de esto, después de concederle experiencia, conocimientos y valor, que tenía menos arte que otros, es tanto como ponerse en contradicción evidente y parcialidad apasionada………..El hombre joven, robusto y en plenas facultades, tiene que practicar todo necesariamente mejor que siendo de más edad y endeble…….Pero no por eso se dirá que le falte arte; antes al contrario, lo natural es que, siendo viejo, tenga más arte y que le falte poder.”
El historiador francés Bartolomé Bennassar, en su libro Historia de la Tauromaquia, escribe:
"Paquiro, durante su etapa de esplendor, fue un atleta completo, ágil y vigoroso, dotado de piernas de acero y reflejos extraordinarios. Poseedor de un carisma incuestionable, sus cualidades artísticas no le iban a la zaga: fue el verdadero creador del toreo de capa que, con él, ya no se limitará a jugar un papel meramente funcional sino que se convierte también en decorativo, en ornamental. Fue el primero en practicar de manera regular la verónica, suerte fundamental del torero de capa en la que el torero recibe al animal sujetando el capote con las dos manos para embarcarle, ciñéndoselo al costado. También puso de moda los galleos y los afarolados, suertes alegres y vistosas que anuncian la evolución de una lidia que ya no tiene como único objetivo la eficacia. La variedad del toreo de Paquiro, a pesar de ciertas deficiencias con la espada, nos permite clasificarlo de torero largo, es decir, completo, con un repertorio extenso, que sabe hacerlo todo y que puede con todos los toros. Es cierto que de Paquiro nos ha trascendido su faceta de acróbata, capaz de realizar suertes que serían inconcebibles hoy día y que estaban más cerca de ejercicios circenses que de otra cosa; pero éste es un aspecto secundario de su toreo. Por el contrario, su aportación a la formalización de la tauromaquia fue fundamental...........................
Fue Montes quien (en su Tauromaquia completa) definió el desarrollo de la lidia: precisó que cada espada debía matar los toros que le tocasen en suerte sin poder cederlos a otro compañero; limitó estrictamente al primer tercio la intervención de los picadores y fijó la alternancia tanto de estos como de los banderilleros por orden de antigüedad, de lo que dio ejemplo organizando su propia cuadrilla según estos principios; definió con precisión las distintas suertes, de las que estableció una especie de catálogo y se preocupó, también, de señalar la edad de los toros y las condiciones que debían reunir para la lidia, orientando, así, indirectamente, la labor de los ganaderos........................
Montes cobraba 4.000 reales por corrida más otros 2.000 para sus gastos de viaje y mantenimiento, sin contar la remuneración de los picadores (2.500 reales, todo incluído) y los banderilleros (1.500 reales). De rebote, los emolumentos de los demás toreros pasaron de 2.000 a 3.000 reales. Por cierto, Paquiro estuvo tan solicitado que llegó a torear la mañana y la tarde del mismo día en la plaza de Madrid.......................
Incluso los más grandes, se permitían excentricidades o alardes que podrían ser hoy calificados de bufonadas o de payasadas. Paquiro mató un día un toro, que refugiado en tablas, se negaba a embestir, tirándose entre sus cuernos y, tras una voltereta, cayendo de pie detrás del animal, al que dejó herido de muerte; en otra ocasión y a un toro que se negaba igualmente a embestir, le asestó un puñetazo en los morros; también, con el capote al brazo, esquivaba la embestida del toro con un simple movimiento de cintura. En realidad y aunque haya contribuido más que nadie a dotar su arte de reglas precisas, Paquiro conservó hasta el final de su carrera una libertad de interpretación de la tauromaquia muy romántica"
En este mismo libro, el autor recoge diferentes testimonios acerca de Paquiro.
El escritor taurino Ventura Bagues, no ha dudado en escribir:
"Todo lo que le precedió no fue más que la preparación de su venida y todo lo que le siguió para consecuencia de su aportación. El proceso evolutivo del arte de torear a partir del siglo XIX no sería concebible sin el ejemplo que dio"
Quizás exagere algo pero desde luego Paquiro había causado una fuerte impresión en Théofile Gautier:
"Valor, sangre fría, habilidad maravillosa, todo lo hace bien. Es el César de la Tauromaquia"
Un gran especialista francés, Jean-Pierre Darracq, El Tio Pepe, compartía la opinión de Ventura Bagues:
"Habría podido hablarles de los Romero, de Pepe Hillo, de Curro Guillén antes de citar al gran Montes. No hay duda acerca de su talento, pero la suma de sus respectivos valores se encontró reunida en Paquiro..............
El gran Montes, tan admirado por Théofile Gautier y Prosper Merimée, dominó realmente su época, y ejerció una influencia decisiva sobre el futuro de la fiesta. Pienso, claro está, en su Tauromaquia pero también, créanme, en su talento extraordinario para dominar los toros más difíciles y sacarles partido brillantemente. Sirvió, así, de ejemplo a sus contemporáneos y a sus sucesores"
Fernando Claramunt, en su Historia del Arte del Toreo, escribe:
"En 1844, joven de edad, se acusa el quebrantamiento de las fuerzas y del ánimo.
En 1846 se retira a sus posesiones de Chiclana con su esposa, doña Ramona de Alba; debió de persistir en lo del aguardiente durante los cuatro años de apartamiento y melancolía.
En1850 reaparece en los ruedos, pero no es la misma persona. Actúa con éxito en Madrid durante el mes de junio, y a primeros de julio triunfa en La Coruña y Pamplona. Vuelve a Madrid para torear el 21 de julio; en la plaza lo esperaba el toro Rumbón de Torre y Rauri. Salió abanto y manseando, le pusieron banderillas de fuego y llegó a la muleta descompuesto y peligroso. En el segundo pase natural se cuela y hiere a Montes en la pierna izquierda. Se pensó en amputar la pierna, pero pudo evitarse. A final de agosto se levanta el toreo para ira a Chiclana, donde pasa el invierno recuperándose.
En abril de 1851 unas fiebres tercianas acaban con su vida a los cuarenta y seis años de edad, tras hacer testamento y recibir los santos óleos. El ataúd fue conducido por seis toreros. Se le hicieron honras enteras con asistencia de diez hermandades y doble general de campanas"
Fernando Claramunt, en su libro La mirada del torero, escribe:
"Su estrella se apaga lentamente y en la primavera de 1851 contrae unas fiebres, de las cuales muere el 4 de abril, a los cuarenta y seis años de edad. Seis toreros llevan el féretro.
Don Serafín Estébanez Calderón, el de las Escenas andaluzas, le dedica los máximos elogios.
Muchos años más tarde, a partir de una estampa, Rilke sabrá evocar la serenidad imperturbable frente al toro, la elegancia sosegada para hundir el estoque sin odio y casi dulcemente"
De su breve paso por la Escuela de Tauromaquia de Sevilla en el invierno de 1830 a 1831 recogemos las palabras que Pedro Romero, director de la Escuela en ese momento, le dirige: "......y por advertir que él carecía de miedo y estaba adornado de mucho vigor en las piernas y brazos, lo que me hizo concebir que sería singular en su ejercicio a las pocas lecciones que le diese, y tal como se ha verificado"
"Al cuarto toro lo lanceó el señor Montes con mucha limpieza, sacándole dos suertes a la verónica, dos por cima de la cabeza (se supone que faroles) una a la navarra y dos de abanico"
El Correo de Sevilla. Abril de 1843
"Hay ocasiones en que los mismos espectadores piden que se digne ejecutar algunas de sus habilidades, de las que siempre sale vencedor. Una linda muchacha le grita, enviándole un beso: -Vamos señor Montes, vamos, usted que es tan galante, haga alguna cosa por una dama..........Y Montes salta por encima del toro, apoyando el pie en la cabeza, o bien le sacude la capa delante del morro y con un movimiento súbito se envuelve en ella elegantemente, formando pliegues irreprochables; luego, da un salto de lado y deja pasar a la fiera, que se ha lanzado demasiado rápida para poder detenerse"
"Con él, desaparece toda idea de peligro, tiene tal sangre fría, es tan dueño de sí, se le ve tan seguro de su triunfo, que la lucha parece un juego; acaso hasta pierde emoción"
Teófilo Gautier (Viaje por España)
Dentro de la gentileza literaria de Gautier, comenta el escritor José Alameda, con su explicable imprecisión técnica, se adivinan sin demasiado esfuerzo el quiebro, el galleo, el recorte, el trascuerno, aludidos con buena gracia por este juez inequívocamente neutral, que no sabe cómo se llama lo que ve, pero saber verlo y sabe contarlo. Su prosa revive al Montes de una estrofa que conservo desde niño en la memoria y que encontré en las páginas de un viejo tratado (¿el de Bedoya?:
Y tanto donosura y gentileza
en los quiebros, recortes y capeo,
y heroico valor, tanta destreza,
lo hicieron el caudillo del toreo.
Montes, en su Tauromaquia completa, nos dice:
"Aunque en sí es bastante fácil el pasar de muleta (al toro), lo hace difícil la circunstancia de ser lo último que se ejecuta, puesto que cuando va el lidiador a practicar la suerte, los toros están aplomados, en querencia, y, por sencillos que sean, con alguna intención; todo lo cual, hace necesaria mucha inteligencia para que el éxito resulte como se pretende conseguir"
Aurelio Rodríguez Bernal, en la obra Memorias del tiempo viejo, da una idea del momento más destacable de una faena de Montes:
"La ocasión era llegada a buscar la competencia y Cúchares se deshizo en suertes, saltándolo al trascuerno, recortándole, corriéndole por derecho, empleando en suma, un vasto repertorio de adornos y gracias.
¡Pero qué quieres! Allí estaba Montes, y aquel hombre todo impavidez, todo arte, todo valentía, dio la más soberana lección al bullanguero sevillano que con el toreo movido le retaba. Montes quiso demostrar lo que hoy nadie absolutamente puede hacer, así sea el diestro más reputado. Paquiro llegó al toro, le cuarteó, y asiéndole por la cola, cuya parte extrema inferior lió a la muñeca izquierda, cual si fuese pelele relleno de paja, comenzó a zarandearle ya a un costado, ya a otro, hasta el punto de que cuando lo juzgó oportuno, viendo que la res perdía el apoyo de las patas sobre el terreno, con una violenta sacudida hizo que cayese, en cuyo instante, y poniéndose el diestro ante la cabeza, sacó el pañuelo del bolsillo y comenzó con la mayor pausa a limpiarle las astas, la frente y el hocico.
¿Quién podrá imitar aquello?
Pero no, era insuficiente hacerle tumbar una vez, y Montes volvió, ya levantada la fiera, a repetir igual lance, o sea derribándola a cola"
"Don Ventura", en el número 2 de la colección "Grana y oro", titulado "La Tauromaquia en el siglo XIX", escribe:
"(Pgs. 35 y 36)…….Nombre es éste que en el siglo XIX traza una raya en el toreo como la trazaron Pedro Romero en el anterior y Joselito y Belmonte en el actual……….Si dieron en él la frescura de la juventud, el fuego de la acción, la fuerza creadora y el vivo movimiento de una potencia de inspiración y espontaneidad que le convierten en un ser privilegiado, en un verdadero genio en el arte a que se dedicó, en un lidiador que abrió nuevos horizontes a la fiesta, organizó las cuadrillas tal como hoy están formadas y marcó nuevos rumbos al toreo……….Dícese que el asombro de los públicos rayó en el delirio al ver a un torero de vastísimo repertorio, como nunca se había visto otro, que dominaba a las reses de un modo que parecía inverosímil. Algunos años más tarde, fue el mismo quien hizo figurar en las escrituras de contrato la condición de que cualesquiera que fuesen los matadores con los que alternara, él habría de ser el primero, rasgo de vanidad que demuestra con harta elocuencia que dicho diestro era cimo inaccesible………Nadie osó competir con él; “su muleta era la más limpia que diestro alguno había desplegado ante la cara de una res”, y tan pagado se hallaba de sus conocimientos, que en 1836 dejó a la posteridad un libro, Tauromaquia completa, que bajo su inspiración escribió uno de los buenos críticos y literatos de su tiempo: Santos López Pelegrín (Abenamar)………..Francisco Montes, torero dominador, trazó unos preceptos en dicho tratado, que desde entonces ha venido sentando jurisprudencia, y si de algún defecto adoleció el maestro de Chiclana fue el de haber sido un deficiente matador, pues dicen que atravesaba a los toros con frecuencia"
Juan Pedro Domecq, en su libro Del toreo a la bravura, escribe:
"Después de la muerte de Pepe-Hillo sobreviene un cansancio en el público de toros. Como si la visión crecida y borrascosa de la época goyesca hubiera abrumado al público. Más tarde llegó la supresión de las corridas de toros, en 1805, que estuvo vigente hasta la invasión francesa de 1808. Se produjo así un vacío en la Tauromaquia que vino a llenar la aparición del siguiente gran torero de la época antigua; Francisco Montes "Paquiro"..............Paquiro absorbió la siguiente época del toreo por su destacada personalidad. Fue alumno de la Escuela de Tauromaquia de Sevilla y también dictó una tauromaquia, en el año 1836: Tauromaquia completa o sea, el arte de torear en plaza tanto a pie como a caballo.............Algo que definió Paquiro de forma admirable fue el valor, cuando dijo: "El verdadero valor es el que nos mantiene delante del toro con la misma serenidad que tenemos cuando éste no está presente"
Gregorio Corrochano escribe:
"Con Paquiro, que personifica el arte de torear, el toreo se completa con suertes vistosas, se perfecciona y organiza; es la fuente de la reglamentación. Es la etapa de los grandes toreros, de lo que pudiéramos llamar la edad media del toreo: Montes, el Chiclanero, Curro Cúchares, Cayetano Sanz, Manuel Domínguez, el Gordito, el Tato. No se admitía movimiento mal hecho. Los preceptos y las reglas de torear estaban en todo su apogeo y vigor. La plaza era una escuela. Montes se permitía retirar del ruedo al Chiclanero porque al banderillear había salido en falso. En otra ocasión, estando José Redondo, el Chiclanero, disponiéndose a matar, se llegóse a él Montes y le hizo dar un paso, a la par que le decía: "Ahí recibirá usted bien al toro". Estas lecciones eran admitidas por el público y los toreros, y no tenían afán exhibicionista del que todos reconocían por maestro, ni había humillación para el corregido; era simplemente deseo de que se hiciesen las cosas bien"
Según Cossío:
"En Montes confluyen las enseñanzas de la escuela rondeña, procedentes de su más puro representante, pero en desacuerdo con las especiales posibilidades de sus espléndidas facultades físicas, con los recursos y táctica que en su estilo ecléctico había incluido su insigne paisano Jerónimo José Cándido. Este eclecticismo lo representa aún mejor Francisco Montes, y él es la figura inicial de esa cadena de toreros que llamamos generales o largos y en la que son eslabones fundamentales Chiclanero, Lagartijo, Guerrita y Joselito el Gallo. En plena posesión de sus recursos inspira las reglas de su Tauromaquia, que redactara López Pelegrín, y ellas vienen en el futuro a constituir el código fundamental del toreo, al que nuevas maneras y estilos no han podido desposeer de su carácter de canon del arte de torear. Montes, por otra parte, al organizar y disciplinar su cuadrillas, convierte la lidia en un juego colectivo, en cuya estrategia cada picador y cada banderillero tiene su misión bajo la dirección suprema del espada"
Para Nestor Luján:
" Paquiro fue un torero de unas condiciones como no habrá tenido ningún otro. No sólo porque su osadía felina iba unida a una agilidad maravillosa y un golpe de vista muy certero, sino por el orden que puso en la lidia.......................muy sereno, con una fuerza asombrosa, con invencible violencia y tranquilidad dio arquitectura a sus bregas...................Sus capeos eran prodigiosos, sorprendentes, con una tela viva, movediza, encantada, que sabía florearse y esconder el peligro en una sucesión inusitada de unos arabescos intrépidos y, a pesar de todo, esencialmente sólidos...................... Su capoteo era infatigable, completo.....En cambio con la muleta perdía la magia..............................Fue el suyo un trasteo seco, yermo, envarado, poco flexible, con un método adusto, aunque eficaz. Un estilo corto y rasgado, sin ingeniosidad. Su modo de herir fue también a veces vacilante, cuarteando, y a pesar de sus inmensas facultades, envasó muchos estoconazos atravesados. Pero su autoridad en la plaza, sus fuerzas inauditas, la habilidad en la lidia, su orden y concierto en todo momento, el portento de sus audacias le aseguraron el lugar del torero completo. Ningún espada de su época pudo igualarle....................Montes toreó siempre en cabeza, sin que nadie le discutiese ese lugar, ni aun toreros mucho más antiguos.......................Su flexibilidad de cintura y sus manos ágiles con la capa y férreas con la muleta, solamente las ablandó con el estoque......................Como torero de piernas, pocos habrá habido que le igualasen: sostenía la lidia como nadie, en unos músculos de acero que sabían moverse como fiel reflejo de una estrategia oportuna y maliciosa.......................Montes fue una figura absoluta, en su tiempo"
Gregorio Corrochano escribe:
"Recuerdo haber leído un cuaderno manuscrito que había en la colección del señor Ortiz Cañavate, en el que se señalaba la aparición de Montes como algo excepcional en el toreo, pero en el que se discutía su deficiente estilo de recibir los toros. Al parecer, Montes, en su primera época, descolgaba muchas estocadas o atravesaba los toros, porque no los recibía ceñidos, les marcaba mucha salida con la muleta, y como es suerte en la que no cabe enmendarse -lo contrario es defenderse-, sino que hay que aceptar al toro como viene, ese exceso de mando con la muleta perjudicaba la colocación del estoque. Luego, como era un portento, se ajustó a las lecciones que le había dado en la Escuela de Tauromaquia de Sevilla, Pedro Romero, cuando le decía: "Hay que esperar los toros hasta dejarse coger, que es la manera de que descubran la muerte"
César Jalón, en su libro Grandezas y miserias del toreo, escribe:
"Se llama Paquilo al principio. Sin padrino ni prosapia torera -no es hijo ni pariente de toreros- con sólo dos meses de alumno en la Escuela de Tauromaquia, consigue llamar la atención de Pedro Romero. Le sorprenden a éste sus condiciones portentosas: "fuerza, valor, agilidad, pundonor, vista, dotes de mando". Lo va a reunir todo: "En este siglo -corre el 1830- no saldrá uno que lo iguale", predice el maestro. Sus dotes de mando cristalizan en una innovación: cuadrilla fija. Hasta él, se improvisaba en las vísperas. Y sus dotes artísticas, en que según un erudito no hacía más que lo siguiente: "quitar" "recortar", "quebrar, saltar al trascuerno, banderillear, torear de muleta y matar a volapié"..............De tal crédito goza Montes y tales amistades tiene, que se da por cierto que Isabel II quiso hacerlo conde"
César Jalón, en sus Memorias de Clarito, escribe:
"Cuando mis estudios -lo leído, lo escuchado y lo visto- me sazonaron el juicio, rectifiqué comprendiendo a Costillares, mejor que a Pedro Romero, como el más grande torero de la prehistoria; a Paquiro, de la edad antigua; a Lagartijo, de la edad media, y de la edad moderna, a Belmonte"
"¿Qué le enseñó a Paquiro nada menos que Pedro Romero y en la Escuela de Tauromaquia nada menos? A los pocos meses de aprendizaje, Romero escribe al conde de las Navas: "¡Es un tesoro! En todo el siglo no saldrá otro que lo iguale. Todo lo hace muy bien........." ¿Todo? No. El profesor agrega: "........menos sus estocadas atravesadas". Es decir que el patriarca rondeño no logró infundirle, o trasplantarle, precisamente su particularidad histórica, cumbre de su fama y fundamento de una denominada escuela rondeña: la suerte de recibir"
"Al inmenso Paquiro le encerraron en Madrid -1836- uno del duque de Osuna, con quien hubo un altercado por cuestión de faldas, y todo ello así referido en los anales:
-Paquiro me ha hecho una faena con una mujer. Veremos si se la hace al toro que yo le mande.
-Er señó duque quiere que un toro suyo se lleve por delante a este cura. Pues como no coja a su ilustre padre, ¡lo que es a mí, ni un pelo!
Y al doblar el toro, enterrado por la cuadrillas, sonados los tres avisos:
¡Mardita se la vaca que te parió..........y el duque que te vendió!"
José Alameda, en su libro El hilo del toreo, escribe:
"La culminación de la primera etapa del toreo a pie, la etapa primitiva,..........llega con Francisco Montes, Paquiro...............Paquiro asume como nadie el carácter de primer actor de la fiesta brava. Ocupa el proscenio sin rivales al frente.................Corre entre cierta especie de aficionados, la idea que que el toreo primitivo era un toreo cortísimo, con dos pases de muleta para preparar al toro a la estocada, suerte suprema, a la que se supeditaba todo..............De haber sido así, una corrida de toros habría durado veinte o treinta minutos..............Lo de los dos pases y la estocada, sucedía después del toque de muerte. Pero ¿y antes?...............¿De dónde o por qué era corto y limitado el toreo de entonces? Lo que sucede es que era distinto. La lidia gravitaba sobre el toreo de capa..................En las dos primeras Tauromaquias se registran y describen las siguientes suertes (de capa): La verónica, la navarra, la suerte de frente por detrás o a la aragonesa, la de tijerilla o a lo chatre, la suerte al costado, los recortes, los galleos, el salto sobre el testuz, el de la garrocha, el salto al trascuerno..............Francisco Montes toreaba por y para su capote, como dueño y señor, con solo plegarlo o desplegarlo, del toro y de la multitud...........El Napoleón de los toreros llegaron a llamarle...................Y, sin embargo, Paquiro fue un muletero breve y un estoqueador que con frecuencia atravesaba a los toros..................Lo que sucede es que la contextura, el hilván y el equilibrio de la lidia eran otros..............En realidad, el toreo de muleta empieza a desarrollarse después con Cúchares........................Montes, el de la mirada de acero, el de las piernas de acero, el del acero que atravesaba a los toros, el de la capa mágica, dueño y señor de su época, nos contempla gigantesco, desde la pequeña cumbre de su Tauromaquia completa"
"Con Paquiro no hay enriquecimiento del toreo con nuevas formas, sino aquello que está determinado tan solo por las facultades de Francisco Montes, ágil y elástico, cuya ligereza y fuerza lo hacían propenso a los adornos, desplantes y otros alardes...............Paquiro establece una lidia, más que sobre posibilidades generales, sobre sus facultades particulares. No era posible la continuidad histórica por ese camino. Y tuvo que llegar un hombre inteligente que no fuera un genio, que no era un genio, Cúchares, que empezó a crear el toreo posible para toreros normales"
"Hagámosle igualmente a Paquiro el reconocimiento de que, en los albores del toreo, cuando no había más que dos pases, advirtió que por lo menos uno de ellos, el regular o natural, podría realizarse también con la derecha (con "la mano de la espada", como textualmente dice)"
Fernando Claramunt, en su Historia gráfica de la Tauromaquia, escribe:
"El primer cartel en que aparece su nombre data de 1830 y sale en calidad de sobresaliente de espada la tarde del 1 de junio en la plaza de El Puerto de Santa María. En Sevilla le anuncian el 6 de septiembre del mismo año, haciendo constar que el joven lidiador Paquilo de Chiclana realizará la suerte de saltar de la cabeza a la cola.................Por entonces frecuentó la recién creada Escuela de Tauromaquia para perfeccionar su ya acreditada pericia.....................Su presentación y alternativa en Madrid tuvo lugar el 18 de abril de 1831.......................Su arte le hace superar inmediatamente a las figuras de la época...................En quites se adornaba limpiando el hocico del toro con su pañuelo. La gente se entusiasmaba viéndole en las suertes del trascuerno y salto de la garrocha. Se le atribuye la invención del galleo.................Los recursos y sabiduría técnica del matador eran inagotables"
El mismo Fernando Claramunt, en su libro La mirada del torero, escribe:
"Los españoles en este período se refugian en sus propios gustos y tradiciones; repudio de lo extranjero con hipertrofia de lo castizo. El pueblo toma de la aristocracia lo que puede, busca refino y adquiere modales. Así se explica que Francisco Montes Paquiro se convierta en el rey de los de su gremio y la reina quiera nombrarlo Conde de Chiclana. A Montes le basta con ser matador de alternativa desde 1831, y contemporáneo del Duque de Rivas, Larra, Espronceda................La relación de Montes con los filósofos de la época la ignoraremos para siempre; la culpa la tiene don José Ortega y Gasset, que anunció con cierto énfasis un libro sobre Paquiro, pero no lo escribió nunca"
"José Elbo nos dejó el retrato juvenil de Paquiro enmarcado en un óvalo; enmonterado y capote al brazo, vestido de verde oscuro y plata, con mirada confiada, y expresión risueña. En el de la madurez del lidiador, debido a Eugenio Lucas, el matador lleva el estoque en una mano. Palmaroli, a su vez, nos lega su interpretación romántica de Paquiro. Existe otra, muy conocida, en que viste de coral y oro, pintada por Ángel Lizcano, que sólo lo vio en algún grabado antiguo; se parece mucho al óleo firmado por el valenciano Antonio Cavana..............En el Museo Taurino de Madrid se conserva un retrato anónimo de Paquiro; corresponde a su época última y refleja en el rostro y en el porte signos de un espíritu cansado próximo a la decadencia"
Seguimos con Fernando Claramunt, ahora con su obra Historia del Arte del Toreo:
"De los magros datos de los "estados de cada función en el año 1831 en Madrid, se desprende que Francisco Montes "Paquiro" se afianza ante el público y frente a los toros, con su vistoso, y nuevo para muchos, toreo de capa, siempre variado en sus jugueteos. Intentó el galleo en cuclillas como lo hacía el antiguo "Nonilla" (tan auténtico que, de modo casi chusco, como en las antiguas mojigangas, se agita el capote por uno y otro lado como las alas de un gallo corriendo en zigzag con las rodillas dobladas como si de un verdadero gallo se tratase). Sus saltos de la garrocha y del trascuerno, que empezaban a estar en desuso, animaban las funciones............
La fama de "Paquiro" creció rápidamente a la par que los progresos de su arte, porque es lo que aportaba precisamente a la Fiesta Nacional española. Arte y pureza, responsabilidad y magisterio. Todavía persistían rasgos anárquicos del tiempo de bárbaro despanzurramiento de hombres y bestias. Alejados por motivos políticos los "Sombrereros", nadie podía compararse en elegancia ni buen hacer a "Paquiro". Desplazó en popularidad a Roque Miranda y al mismísimo Juan León...............
En 1836 se edita en Cádiz la Tauromaquia de Montes, con la colaboración del escritor Santos López Pelegrín "Abenamar". Culto y refinado, el torero estuvo a punto de estudiar la carrera de medicina en Cádiz, hizo que la sociedad respetase en alto grado a la gente de coleta. Muy relacionado con la aristocracia y personas de alto copete, sólo se dejaba acompañar a los actos sociales por su banderillero "Capita", discreto e incapaz de decir o cometer inconveniencia alguna...........
La reina Isabel II le recibió alguna vez y es fama que el rey de los toreros supo estar sobrado de recursos, ingenio y cortesía ante al regia hembra, que quiso hacerle Conde de Chiclana. Es cierto que "Paquiro" procuraba complacerla, incluso en ocasiones de verdadero riesgo. Quiso Isabel II verle hacer por segunda vez el salto de la garrocha, y haciendo saber el torero que la res no se prestaba para repetir tan arriesgada suerte, insistió la reina, y "Paquiro" hizo de nuevo la suerte, a costa de varias lesiones, por fortuna sin gravedad...........
¿Qué aporta Montes al toreo, además del orden, la compostura y la elegancia? En el toreo de capa, parando mucho, trajo gran variedad de quites y resucitó suertes olvidadas o en desuso. Su agilidad de brazos, piernas y cintura le permitía quiebros y adornos vistosos. Recreó una forma de galleo llamada del bu, que luego resucitaría "Guerrita" y gustaba de gallear con el capote a los hombros, que más tarde sería una de las suertes preferidas de "Joselito el Gallo". Cuando las crónicas elogian su capeo al natural, con ambas manos abriendo y cerrando con oportunidad los brazos, parecen describir verónicas muy parados los pies, jugando con la cintura para acompañar el viaje del toro. Solía rematar quites o series de lances limpiando el hocico del toro con su pañuelo. Supo usar su buena voz para detener con ella la carrera de los toros, cortándoles el viaje y, tras un desplante airoso, sabía irse del toro paso a paso sin volver la cabeza"
Jorge Laverón, en su Historia del Toreo, escribe:
“El toreo de Paquiro estaba hecho a base de maestría y de facultades físicas. Al fallar éstas se resiente su toreo………….Paquiro era un genial artífice del toreo de capa, y destacaba sobremanera en cuarteos, quiebros, quite, recortes, cambios y galleos. También tuvo enorme maestría en sus saltos al trascuerdo y con la garrocha. Era sereno y audaz, sólo fallaba a la hora de matar. Las estocadas eran por lo general cortas, contrarias y, a menudo, atravesadas. Como lidiador supo ser autoritario y enérgico. Mandó y mantuvo siempre la preeminencia y la categoría de un primer espada. Supo rodearse de gente escogida y atenta a seguir sus indicaciones, subordinados todos los lances de la lidia a la dirección del maestro. Paquiro supo atraerse el aprecio y la estimación de su cuadrilla y se preocupó de elevar la representación social de los toreros…………..Montes supo codearse con nobles y ricos y fue accesible al humilde y al indigente……………
Una necrológica en un diario de la época acaba con estas bellísimas palabras: La sombra de esta celebridad ha desaparecido, pero sus recuerdos quedan"
Carlos de Larra, más conocido como "Curro Meloja", en su obra Grandes maestros de la Tauromaquia, escribe:
“Figura gigantesca de la Tauromaquia. “Paquiro” vino a ser en el primer tercio del siglo XIX lo que en último fue “Guerrita” y lo que en el XX ha sido “Joselito”; un hombre dotado de clarísima inteligencia natural puesta al servicio de una gran vocación y de unas aptitudes excepcionales. Pero Montes, además, revolucionó doblemente el toreo; como arte, imprimiéndole nuevos modos y estilos y ampliando sus horizontes, y como espectáculo, dándole mayor seriedad elevando considerablemente su tono artístico. Constituyó las cuadrillas fijas; modificó, dándoles mayor vistosidad y elegancia, los vestidos de torear; publicó una interesantísima obra taurina, su “Tauromaquia Completa”, impuso por su trabajo honorarios más crecidos que los acostumbrados hasta entonces y, considerándose, en justicia, Señor del Toreo, recabó para sí el derecho de ocupar siempre en el cartel el puesto de primer espada y director de lidia…………..Montes fue un torero completísimo; en él se fundieron, compendiadas y mejoradas, la escuela rondeña y la sevillana; su capa y su muleta, de repertorio inacabable, eran algo realmente magistral y sorprendente; su conocimiento y dominio de los toros, algo extraordinario. Su flaco estuvo en la espada, aunque muchas veces ejecutara a la perfección las suertes de recibir y del volapié. Su valor y su alegría en el ruedo eran insuperables. “Paquiro” fue un “fenómeno”, indiscutiblemente”
Santi Ortiz, en su libro Lances que cambiaron la Fiesta, escribe:
".......en Chiclana nació Paquiro y a él de debemos toda esta grandiosidad del desfile que abre corrida; precisamente ese es uno de los legados que nos dejó............Aquél a quien llamaban el "Napoleón de los toreros" y que mandó en la Fiesta allá por los años treinta y cuarenta del siglo XIX..............El discípulo de su paisano Jerónimo José Cándido y de Pedro Romero; el que se llevó a Chiclana durante muchos años el cetro del toreo que antes habían gozado Ronda y Sevilla; el que volvía locos a los públicos con sus saltos de garrocha y al trascuerno, con sus galleos y recortes, y que además de gran torero llevaba a gala su categoría de primer espada como director de lidia. A él y a nadie más se debe en esencia el modelo de corrida que actualmente tenemos, y en particular, el paseíllo..................Esa forma de hacer el paseíllo, el brillo de los trajes toreros, el tocado de la montera y la división de la lidia en tres tercios; esto es: de varas, de banderillas y de muerte, son fruto de las reformas acometidas por el diestro de Chiclana allá por esos años............Antes de eso, no es que fuera la lidia una capea, pero carecía del orden, la brillantez y el argumento que le asistieron luego, cuando Paquiro puso las cosas en su sitio..............Concretamente, limitó la presencia de los picadores en el ruedo a la conclusión de la suerte de varas y formalizó el segundo tercio, que hizo separar del de varas y el posterior de muerte mediante un oportuno toque de clarín.............Antes de estas reformas los picadores continuaban en la arena una vez picado el toro hasta su muerte. Antes de que se llevaran a cabo los preceptos de Paquiro, los picadores de tanda -esto es: a los que correspondiese picar el toro que estaba en el ruedo- no salían de éste en toda la lidia hasta que aquél era arrastrado por las mulillas................Desde los tiempos de Paquiro, con su reforma, les obligó (a los picadores) a abandonar el ruedo una vez se hubiera picado al toro de modo pertinente. Normalmente esto ocurría antes de que entraran a parear los banderilleros, pero, en muchas ocasiones, la presencia conjunta en la arena de picadores y rehileteros degeneraba en pugna de ambos por atraer sobre sí la atención toruna, convirtiendo la lidia en capea.....................Paquiro fue a las formas del toreo lo que Belmonte al fondo. Si con este nació el toreo moderno, aquel puso los cimientos de la corrida actual; y no solo eso: en su afán de elevar el rango del lidiador de a pie, no dudó en innovar su indumentaria, sentando las bases de lo que hoy es el atuendo torero...............
De entrada, Paquiro fue el primer torero que usó montera. Los diestros anteriores a él, y valgan de ejemplo Pedro Romero, Pepe-Hillo y Costillares -la terna torera más importante del siglo XVIII, usaban redecilla y peineta, y anteriormente a estos, aquel chambergo de anchísimas alas, utilizado más de una vez como muleta a la hora de matar....................
Puede considerarse también a Paquiro como inventor del traje propiamente llamado "de luces" por ser el primero que agrega pedrería y lentejuelas al vestido torero que ya Costillares dotara de galón de plata y, posteriormente, Curro Guillén y Sentimientos, de bordados de oro. Paquiro suplió la tradicional tela de gusanillo, por las de seda y agrandó el tamaño y barroquismo de las hombreras, y acabó de enriquecer la vistosidad del traje de luces incorporando las borlas o machos, los alamares y los caireles, acortando de forma sustancial la chaquetilla y eliminando difinitivamente el antiguo cinturón de cuero, al que troca por la faja. Poco, muy poco, ha variado el vestido de torear de entonces acá.....................
Era un auténtico jefe tanto en el ruedo como fuera de él. Altivo sin petulancia, mostró siempre un alto concepto no solo de sí mismo, sino de la categoría de su rango, así lo demostró, entre otras cosas, por su reforma del paseíllo, en la que antepuso los toreros de a pie a los de a caballo, contrariamente a lo que venía sucediendo hasta entonces..........................
Paquiro, con su culto a las reglas y el uso de la razón como instrumento de su arte, no hace sino volcar en el toreo las directrices básicas del Neoclasicismo: la actitud estética de la Ilustración, que es el pensamiento hegemónico de la Europa del siglo XVIII".
"Paquiro, dado el brevísimo tiempo que permaneció en la Real Escuela de Tauromaquia de Sevilla, solo recibió en ella muy contadas lecciones por parte de sus maestros Pedro Romero y Jerónimo José Cándido. Por eso no pudo aprender su toreo en los pocos meses que estuvo en la Escuela. Todo lo más, atendiendo a la férrea disciplina de Romero, aprendería a comportarse como torero y a impregnarse de los apotegmas del célebre rondeño.
La notable fama que el chiclanero adquirió con los toro se debió ante todo a sus portentosas condiciones físicas y a su inteligencia nada común; cualidades innatas que él puso al servicio de una afición desmedida...........Verdad es que en unos meses no puede hacerse un torero tan largo como fue Paquiro, diestro con el que podríamos encabezar la línea del toreo dominador que nos conducirá a Gallito, Domingo Ortega y Luis Miguel Dominguín.................En su poderío, Paquiro fue capaz de numerosos alardes. Demostración de su "largura" como torero fue mataren un solo día dos corridas completas -de doce toros cada una- actuando él solo como matador....................
Ni Cúchares ni Paquiro se distinguieron precisamente por su dominio de la suerte de recibir, uno de los legados que mejor pudieron adquirir de Pedro Romero (su maestro en la Real Escuela de Tauromaquia de Sevilla)...................Paquiro, pese a los consejos del maestro de Ronda, jamás corrigió el defecto gestual que le llevaba a dar estocadas tendenciosas o atravesadas...............Montes, pese a su soberbia, no tenía más remedio que reconocer la supremacía estoqueadora de su paisano José Redondo (El Chiclanero): "Yo no sé que tiene ese niño -decía- para traerse los toros a punta del estoque y que se le maten solos tan a ley".
Robert Ryan, en su libro El toreo de capa, escribe:
"En 1836, cuarenta años después de la edición primera de la Tauromaquia de Illo, Francisco Montes estampa en Madrid su Tauromaquia completa, o sea, el arte de torear en plaza, que refleja un aumento sensible en el repertorio de capa................
El tratado de Montes refleja un concepto del toreo basado en un vasto conocimiento de los toros y una cierta exuberancia física; un concepto de torería ágil, vigorosa, musculada.
Muy significativamente, pone en altísima estima la vistosidad de las suertes, prefiriendo, como su maestro Romero, el llamativo encanto de la navarra sobre el más callado de la verónica"
"Como torero, pudo Montes de presumir de haber recibido la enseñanza de Pedro Romero y de Jerónimo José Cándido, el gran diestro, de Chiclana como él, brillantísimo con la capa, que resumió en su toreo las diversas excelencias del toreo dieciochesco"
Robert Ryan, en su libro El Tercio de Muerte, escribe:
"Montes, el Paquiro tan bizarro, tal largo, tan completo en la plaza, incansable en el capeo, el parcheo y los saltos, llega muleta en mano al extremo del alarde expuestísimo. Su conocimiento inconmensurable de los toros, terrenos y querencias, su gran serenidad, unidos a su vigor y reflejos, le permiten subrayar en la suerte de muleta la emoción que suscita el riesgo físico: Montes de pone y se quita, se salva con la muleta, se libra de la cornada con la roja tela de su propio reflejo salvador, reduciendo el pase al confín del instinto. Montes pule valientemente el trasteo, o lo ensucia de un peligro que él acentúa dejando llegar mucho a los toros a su muleta, vaciándolos hasta el último instante, a veces llegando a hincar una rodilla en tierra en el momento de cargar la suerte".
El torero y escritor taurino Juan Posada escribe:
"Por su experiencia en la brega con reses bravas era asiduo como garrochista en las fiestas camperas........................
Innovó y perfeccionó el arte de torear.
También organizó las cuadrillas y modernizó el traje de torear. Su indomable valor, libertad e independencia para realizar las suertes le califican como reformador del arte torero............................
Torero poderoso y valiente, su vida personal, una pura aventura romántica................Se dijo que la reina Isabel II, de la que se rumoreaba fue uno de sus amantes, pensó otorgarle el condado de Chiclana. Un premio por haber acudido a torear a Pamplona en precaria situación de salud. Anuló su anterior negativa al conocer que era deseo de la soberana.......................
A Montes, como si de un ser excepcional se tratara, le obligó el público de La Coruña, en agosto de 1850, a ceñirse una corona de flores en premió a su actuación....................
Además, su Tauromaquia completa es la más integral de cuantas se publicaron, bien ayudado por el crítico y escritor Santos López Pelegrín.................................
Paquiro sabía de los gustos del publico, acostumbrado a gestos heroicos, de corte romántico. Su deber era satisfacerlos. Estaba ante un toro aquerenciado en las tablas, exactamente debajo del palco que ocupaban un grupo de hombres y mujeres de la buena sociedad, amigos suyos. Se dejó voltear por el toro, pero lo mató de gran estocada. Este tipo de acciones eran las preferidas de los espectadores de entonces. Paquiro, la gran figura, lo sabía. Ésa es otra de las cualidades de los elegidos................................
Paquiro, el primer torero romántico, encauzó su quehacer, fuera y dentro del ruedo, bajo el imperativo de las masas. Lo consideraban un majo romántico y él lo acentuaba en la calle. En el ruedo, más aún.
Sus lances amorosos y los brindis a las bellas mujeres, tanto de la farándula como de la aristocracia, encandilaban y encantaban al personal. Eso era lo que deseaba ver".
José Bergamín, en su libro El arte de birlibirloque, escribe:
"Los tiempos, las distancias, en el toreo, se miden, según Montes, por los pies que tenga el torero y los que tenga el toro, en relación mecánica de movimientos; por la rapidez, ligereza, vuelo, que tengan, el toro y el torero, relativamente, en los pies. Por eso la cualidad esencial del toreo era, para Montes, la ligereza, que el valor y perfecto conocimiento biirlibirloquesco verifican"
La Juventud de Paquiro
"
...Nació Francisco Montes en una familia con recursos suficientes para vivir con sobrada dignidad el día a día y mirar sin inquietud el futuro. Su padre, Juan Félix Montes, administrador de los bienes que por entonces poseía el marqués de Montecorto en la Villa de Chiclana, llevaba a casa el dinero preciso para que pudieran permitirse algunos que otros sueños, también algún sueño para su hijo. Así lo veía, pues había posibilidades para ello, de cirujano, carrera entonces no muy larga y con futuro."
Nacido en Chiclana de la Frontera, recibió en su bautizo, que tuvo lugar el 13 de enero de 1805 en la iglesia parroquial de San Juan Bautista, el nombre de Francisco Montes Reina. Otro nombre, legendario ya incluso en vida suya, le estaba reservado: el de “Paquiro”.
Si los sueños del niño apuntaban en la misma dirección que aquellos soñados para él por su padre es cosa que no sabemos.
Sabemos, en cambio que, a la par que sus padres le proporcionaban una sólida formación moral (cuyos frutos adornarían a “Paquiro” todos los días de su vida), aprovechó el niño para recibir cuantas lecciones le proporcionaba la naturaleza en su entorno.
Y así lo vemos, administrador de fincas rústicas su padre, disfrutar del campo desde muy pequeño, en contacto temprano e inmediato con el toro y el caballo en un ambiente campesino y ganadero. El niño, digamos, aprendía jugando, recibía lecciones -indispensables para él luego- sin apenas darse cuenta.
Sin duda, la fama de Cándido y, sobre todo, de Jerónimo José Cándido (contemporáneo suyo aunque no coetáneo) debió de hacer mella en la imaginación de aquel niño que corría por los prados, que montaba a caballo y se acercaba ya con valentía al toro; y es posible que el jovencísimo Montes albergara para sí sueños muy distintos a los paternos.
Mas no iba a ser necesario echar un pulso generacional al respecto, donde sueño y sueño se enfrentaran frente a frente. De repente, las condiciones materiales que determinan su realización cambiaron y hubieron de despertar uno y otro.
El marqués de Montecorto, en reajuste del personal de sus dependencias, cesa al padre del futuro torero, enfrentándose la familia, en esta nueva coyuntura, a notables estrecheces pecuniarias.
Así, el joven Montes, a quienes sus amigos de juegos y correrías conocían ya como “Paquilo” o “Paquillo” y al que, según García de Bedoya, buscaban “con avidez para conducir a su terreno a las reses extraviadas, lo cual practicaba con el auxilio de una capa o manta, consiguiéndolo en todas ocasiones de una manera sorprendente, por cuya razón se le atribuye de estas causas la procedencia de su acierto en el toreo de capa”, hubo de “aterrizar” bien pronto y plantearse de qué manera ayudar en casa contra la maltrecha economía familiar, llegando a trabajar, entre otras ocupaciones, como albañil.
Eso sí, entre ocupación y ocupación, el joven Montes encuentra siempre hueco para atender a la llamada del toro, una vocación que en él se va haciendo cada vez más clara, más nítida y perentoria.
Retirado desde 1820 en Sanlúcar de Barrameda, Jerónimo José Cándido siguió frecuentando Chiclana. Y, en ésta, los círculos de la afición taurina. No pudo en ellos no encontrarse con Montes. Quién sabe si no acudió buscándolo al reclamo de su nombre que hasta cierto punto sonaba ya por la comarca. Dada, además, su responsabilidad como ayudante de dirección en la Escuela de Tauromaquia de Sevilla, tenía cierta obligación de observar de cerca al joven chiclanero.
Una vez lo vio de cerca, no pudo dejar de admirarse: aquel joven era excepcional y no podía/no debía permitir que aquel talento en ciernes se perdiese sin oportunidad de provecho (para él mismo y, claro está, para los demás, para los que habrían de verle y los que habrían de seguirle).
Así las cosas, Jerónimo José Cándido, paisano suyo y ya amigo, mueve los hilos necesarios para que vean a Francisco Montes los ojos más sabios en asuntos del toro, y hace ir al joven “Paquillo” o “Paquilo” hasta Sevilla, donde éste se presenta, recomendado por Cándido, ante su cuñado, Pedro Romero, auténtica leyenda viva, auténtico mito de su tiempo.
La impresión que causó en Romero el de Chiclana no dejó lugar a dudas.
El diestro rondeño, ahora maestro principal de la Escuela de Tauromaquia, se entusiasmó enseguida con su nuevo alumno, percatándose desde el primer momento de la valía realmente incomparable de éste.
Así lo recordará el mismo Pedro Romero en una carta que envía al “Correo Literario” en 1832, época en la que “Paquiro” (ya, sí, “Paquiro”) había despegado definitivamente y saboreaba el éxito rotundo:
“Francisco Montes entró de alumno en la Real Escuela de Tauromaquia gozando la pensión de seis reales, concedida por Su Majestad a los de esta clase, y que como diestro primero puse en él todo mi conato por obligación, y por advertir en él que carecía de miedo y estaba dotado de mucho vigor en las piernas y en los brazos, lo que me hizo concebir sería singular en su ejercicio a pocas lecciones que le diese.”
No se equivocó, ni por sabio ni por viejo, el anciano maestro de Ronda: “Paquiro” (al que atendió no sólo por la obligación debida a su cargo, sino también por la admiración a que las mismas facultades de Montes le obligaba) tuvo suficiente con escasas lecciones y sacó de ellas, y de cuanto ya poseía por sí cuando llegó a Sevilla, el mejor de los frutos. Así, tras un breve paso por la Escuela de Tauromquia y con veinticinco años encima (no fue “Paquiro” torero precoz) nos lo encontramos preparado para, en un par de años, conquistar como nadie, con su valentía sin límites y su vigor físico, la plaza."
Paquiro el Torero
El 18 de abril de 1831 se presentó Montes Reina, “Paquiro”, en Madrid. Como compañero de cartel, Juan Jiménez “El Morenillo”. En esta ocasión primera ya puso de manifiesto sus virtudes y sus vicios, la abundancia de su lidia y la deficiencia de su espada. Deficiencia que no impidió estos versos de Rilke:
“Hunde su estoque casi dulcemente en la gran ola que rueda de nuevo impetuosa a estrellarse en el vacío”
Y es que mató mal aquel 18 de abril. Mató mal, anunciando una constante en su trayectoria de lidiador de primera.
Porque la estocada atravesada sería frecuente en su carrera hasta el extremo de apuntar algunos a posibles problemas de visión en afán, más bien torpe, de justificación.
La grandeza de “Paquiro” no precisa la perfección, tan divino él como humano; tan alto y admirado, en fin, como cercano y querido desde el principio de su fulgurante trayectoria hasta el fin doloroso de sus días.
A pesar de fallar con la espada, causó “Paquiro” de todos modos sensación. Tanta que, unos días después, el 25 de abril, volvió a torear en Madrid, y el 16 de mayo, más sereno ya, repitió de nuevo cosechando triunfo sin “peros”. Esta vez, además, ejecutó algo que realizaba, según testimonios de la época, con sobrada pericia: el salto a la garrocha. Aplauso unánime. Ovación. No había ya quien lo parase.
No se paró. Y así, el 23 de mayo, lo vemos de nuevo actuando en Madrid; el 11 de junio, muy aplaudidos ambos en sus juegos de capa, alternando con Juan León, uno de los nombres destacados del momento. Repitió, el público lo esperaba, el salto a la garrocha y ejecutó también el salto al trascuerno.
Su valor le daba para esto y para más.
Pero “Paquiro” era más que sólo un torero valiente tal podían serlo, por ejemplo, los navarros de temeridad reconocida. Prueba de ello dio cuando, volviendo el 26 de septiembre a Madrid, cerró temporada con “alto crédito como lidiador”. Luego buen lidiador que no mataba bien.
No sabe uno como le hubiera ido a Montes con las “orejas” como criterio. Por eso no hemos sabido si, a este apartado, convenía llamarle “Paquiro, matador” o “Paquiro, lidiador”, y nos hemos decantado por este más amplio y más integrador “Paquiro, el torero” (recordemos que, maestro de la Escuela de Tauromaquia en Sevilla, Pedro Romero prosigue su carrera taurina, aunque no sea ya propiamente lidiador ni matador).
Habiendo dejado con aquellas faenas de septiembre tan buen sabor de boca, no es de extrañar que, abierto el apetito de los aficionados más que satisfecho éste, le esperasen ansiosos, casi hambrientos en la temporada siguiente.
Así, en 1832, “Paquiro” es el indiscutible favorito del público y torea cuantas veces quiere y en cuantas plazas le apetece, realizando en ocasiones proezas realmente insuperables, hazañas difícilmente repetibles.
Sirva, a modo de ejemplo, aquella que llevó a cabo aquel año en Zaragoza: los días 13 y 14 de octubre toreó dos corridas enteras que le tuvieron como único espada.
¡Cada corrida contó con doce toros!, ¡veinticuatro toros veinticuatro!, ¡veinticuatro toros en dos días!
A partir de entonces, éxitos sobre éxitos que, de año en año, se sucedían ininterrupidamente superando una fama que al acabar cada faena parecía insuperable, tal era la maestría del torero, tal el fervor del público, de un público ya incondicional, favorablemente predispuesto al diestro de Chiclana dado el prestigioso eco que le precedía.
Del éxito cosechado en Madrid en 1833 se dice “superior a todo cálculo”.
Durante las temporadas del 34 y el 35, mantiene de manera indiscutible su puesto en el escalafón como la primera figura de la Fiesta, trascendiendo su renombre los tendidos, afanándose todos por contarle entre los suyos, lo mismo el pueblo más llano que la nobleza más encopetada.
Y él, generoso siempre y accesible, dejándose coger (que no atrapar) por unos y por otros.
Pero cabía más todavía, y cupo. En 1836, auténtico cenit de su carrera, toreó “Paquiro” en Madrid cuantas corridas de toros hubo.
Estuvo presente en todos los carteles.
El público, obviamente, no se cansaba de él y reclamaba insistente su presencia.
Tan grande era su prestigio que, a pesar de haber finalizado ya la temporada, se organizó para él una corrida de excepción (tan excepcional que hasta estaba helado el piso de la plaza) el 25 de diciembre.
Pero la importancia, el prestigio de Francisco Montes “Paquiro” (aparte su fama, que es cosa distinta y de muy variados matices) se debe también, y acaso sobre todo, a otro acontecimiento de primer orden que tuvo lugar también en este mismo año 36."
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La Tauromaquia de Paquiro
Torero, “Paquiro”, más allá del ejercicio práctico de la lidia, publica en 1836 (aquel año en que toreó en Madrid cuantas veces hubo toros) La tauromaquia completa , obra que estaba llamada no sólo a recoger, a modo de memoria, un saber hasta entonces acumulado, sino que también, y sobre todo, iba a reglamentar la Fiesta presente y a decidir los rumbos futuros de la misma.
Recopilación, pues, del saber taurino heredado y ejercido (sabiduría aquí como la del sophos griego, que surge del y posibilita el desempeño con pericia de un oficio) y voluntad de definir y ordenar para los restos frente al caos.
No es preciso, para que sea ésta considerada la Tauromaquia de Montes a todos los efectos, que la haya redactado el diestro de Chiclana, pues se trata sobre todo de que esta obra recoja fielmente su reflexión sobre el mundo taurino, de que refleje con fidelidad el pensamiento del chiclanero en esta materia...
...A través de una mano u otra, en La tauromaquia completa nos llega, ante todo, el pensamiento taurino de Montes, fruto y guía de su quehacer cotidiano en los ruedos, memoria -hemos dicho- y revisión con afán de futuro. Porque “Paquiro” no sólo recoge lo que de hecho son las fiestas de toros, sino que, repensándolas a fondo, las renueva, las recrea. De aquí, precisamente, que no se entienda con facilidad el escaso número de ediciones de la Tauromaquia de Montes frente al relativamente elevado número de ediciones del Arte de Torear de Pepe-Hillo.
Porque esta obra tiene sólo -aunque no sea poco- un valor histórico que nos traslada a la época de Hillo y nos ayuda a comprender el toreo de su tiempo, mientras que la segunda, más ocupada del porvenir de la fiesta, ha sido objeto de consulta e inspiración para casi todos los que han escrito de tal materia en el siglo XIX y para gran parte de cuantos lo han hecho también después y hasta el presente.
En resumen: que la obra de José Delgado refleja el toreo de su tiempo mientras que la obra de Francisco Montes, siguiendo el mismo plan que la de Hillo, decide el futuro introduciendo numerosas novedades, un futuro en que, con algunos retoques aquí o allá, aún nos encontramos, pues la corrida de toros sigue siendo hoy en gran medida aquello que quiso -y no por mero capricho, pues muchas razones le asistían en su determinación y en su propuesta- “Paquiro” que fuera.
Dividida en tres partes, como si los mismos tres tercios de la función que él delimita, se ocupa su Tauromaquia del Arte de torear a pie, del Arte de torear a caballo y de la Reforma del espectáculo, aspecto éste que tanto le preocupaba.
Ocupándose de todo ello, esta obra se considera el código definitivo del toreo ecléctico, que, como apunta Andrés Amorós, “parte de la actitud defensiva (como Pepe-Hillo), pero aspira a la perfección (como en las máximas atribuidas a Pedro Romero”. “Sus reglas -nos recuerda Amorós- han sido la base de toda la preceptiva taurina”. De ahí que sea considerado, sin exageración y con justicia, el Gran Legislador o el Supremo Codificador de la Fiesta.
Y esto, hasta en los más mínimos detalles, hasta en los aspectos más aparentemente tangenciales, pues se ocupó “Paquiro” incluso del vestido que el torero precisaba para realizar su labor y para subrayarla, para subrayar también la dignidad del torero a pie, tan subestimado antes, tan denostado.
Concebido para crear espectáculo, para acentuarlo y para singularizar al diestro presentándolo como un héroe sobre la arena, el traje de luces, que deriva de los vestidos goyescos, fue diseñado básicamente por Montes que, al parecer, halló también inspiración en los trajes de gala de los oficiales del ejército francés.
La montera, palabra que designa ese tocado con que cubre el torero su cabeza, remitiría a Francisco Montes, tan vinculado está éste al traje que, evolucionado ya en el curso del tiempo -persiguiendo sobre todo mayor ligereza y comodidad-, en líneas generales sigue siendo el traje diseñado por él entonces. Pero esta es la sombra de “Paquiro” -o mejor, su luz- proyectándose hacia adelante.
Y “Paquiro”, tras aquel año glorioso de 1836, sigue su camino en el presente cotidiano.Genial artífice del toreo de capa (quiebros, quites, recortes, galleos,...), sereno y audaz con mala mano -o mala vista- a la hora de dar muerte, Francisco Montes “Paquiro”, lidiador autoritario y enérgico, sigue, tras el treinta y seis, siendo el indiscutible primer espada.
El primero también de un equipo que supo siempre escoger con tino, lo que le permitió rodearse de una cuadrilla selecta -cuyos miembros, además de admirarle profesionalmente, le profesaban verdadero cariño-que seguía con atención impecable sus instrucciones, “subordinados todos los lances de la lidia a la dirección del maestro”.
Tras su omnipresencia arrolladora en 1836, siguió, en plenitud de facultades, su apogeo.
Único él, además de solo, pues sólo Yust, según los testigos de la época, podía en el ejercicio del toreo comparársele y, acaso, hacerle sombra.
En 1839 y en 1840 todas las empresas taurinas de España intentan enfrentar a Yust y a Paquiro, pero aquél, que se acababa de presentar como matador de toros en Madrid en 1842, falleció en septiembre de aquel mismo año.
Y en 1840, por ejemplo, y preocupado siempre por dignificar profesionalmente la figura del torero, cobró la desmesurada cantidad de 6.000 reales por dar muerte a cinco toros. Pero, una vuelta de tuerca más en la misma dirección, llegó a superar esta marca cuando en 1842 recibió 4.000 reales por dar muerte a sólo dos toros.
Estaba de racha -que no de suerte, sino de sapiencia y facultades físicas-, y lo sabía.
Y lo aprovechaba. Porque su ejercicio del toreo, más que el de otros muchos, tenía fecha de caducidad.
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Paquiro, decadencia y muerte
Que “Paquiro” era, ya lo hemos visto, una inteligencia taurina, no es cosa que se ponga en duda. Pero “Paquiro”, no lo olvidemos, causó admiración en Pedro Romero por su valor osado y por su vigor físico. Y esta fortaleza física era uno de los pilares en los que asentaba “Paquiro” su toreo y su triunfo. Por esto estaba cantado que, tan pronto comenzaran a fallarle las fuerzas, tan pronto sus facultades físicas se vieran mermadas, comenzaría a resistirse su toreo.
Y así fue.
Consciente del menoscabo que venía sufriendo su toreo a causa de su debilidad creciente, en 1845 torea lo menos posible, en 1846 tarea todavía menos y, en 1847 apenas torea. Éste es el año que, obligado por las circunstancias, escoge para retirarse.
Como lugar de retiro elige Montes su tierra y vuelve a Chiclana, en retorno que él cree definitivo.
Incapaz de estarse con los brazos cruzados y porque hay que arriesgar el dinero para que éste no se pierda, se dedica a lo que se dedicaban entonces en Chiclana quienes tenían medios y amaban el campo: el vino. Francisco Montes se dedica al negocio del vino y en él invierte cuanto había acumulado tras largos años entregado sin desmayo a su oficio.
La pericia no le acompañó en este terreno, o la suerte, y los resultados de su empresa fueron desastrosos.
Su economía se vio seriamente tocada y “Paquiro” no encontró para enderezar su situación personal otra alternativa que la vuelta a los toros. Así, en 1850, “Paquiro” reaparece en Madrid.
Y aunque el público -muchas personas entre él que no le habían visto torear nunca- acudió al reclamo de su leyenda, “Paquiro” no era ya quien había sido; y sólo desde la memoria agradecida y desde el cariño que como persona se le tenía, pudo entenderse el entusiasmo que provocó en los tendidos su presencia.
Acudía le gente, podríamos decir, a contemplar su pasado, o a refrescar su propia memoria si tuvieron la fortuna de presenciar tardes antiguas y mejores de “Paquiro”.
Debilitado, físicamente insuficiente, estaba expuesto al peligro del toro más que nunca.
Fue así como pasó lo que había de pasar, y, en la corrida que tuvo lugar en Madrid el 21 de Julio de 1850 -con ganado de Torre y Rauri-, un toro, el tercero, propinó a “Paquiro” una gravísima cornada de cuyas consecuencias no habría nunca de restablecerse del todo.
Tras larga convalecencia y avisado, severa prescripción -la más dura para él-, de que debía abandonar la lidia para siempre, volvió a Chiclana, su tierra natal, para volver (metáfora vital y contundente) definitivamente a la tierra que al cabo somos.
En 1581, víctima de unas fiebres terribles, murió Francisco Montes Reina el 4 de abril. Contaba cuarenta y seis años "El día de su muerte, así lo recogen las crónicas de su tiempo, hubo ”gran luto y sentimiento general”.
Lo que no es de extrañar si tenemos presentes las palabras de Sánchez de Neira quien, tras recordarnos que “todas las clases sociales (...) antes y después y siempre le han concedido el puesto de primero torero del siglo presente -el XIX-“, afirma convencido y tajante: “Como Montes nacen pocos toreros.
Los seres privilegiados vienen al mundo en muy escaso número y de tarde en tarde”.
Pero, muerto Montes, “Paquiro” permanece, como bien nos lo apunta la necrológica aparecida en un diario de la época: “La sombra de esta celebridad ha desaparecido, pero sus recuerdos quedan”. O sea, que sólo la sombra desciende al reino de las sombras.
Más o menos, en fin, que lo cantado por García Tejero en sus versos:
“El rey de los toreros se apellida y con justa razón rey se proclama... Su nombre ya no muere, pues su vida en letras de oro se verá esculpida y tanto durará como su fama.”
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