Llora, Giraldilla mora,
lágrimas en tu pañuelo.
Mira cómo sube al cielo
la gracia toreadora.
Niño de amaranto y oro,
cómo llora tu cuadrilla
y cómo llora Sevilla,
despidiéndote del toro.
Tu río, de tanta pena,
deshoja sus olivares
y riega los azahares
de su frente por la arena.
-Dile adiós, torero mío,
dile adiós a mis veleros
y adiós a mis marineros,
que ya no quiero ser río.
Cuatro arcángeles bajaban
y, abriendo surcos de flores,
al rey de los matadores
en hombros se lo llevaban.
-Virgen de la Macarena
mírame tú, cómo vengo,
tan sin sangre que ya tengo
blanca mi color morena.
Mírame así, chorreado
de un borbotón de rubíes
que ciñe de carmesíes
rosas mi talle quebrado.
Ciérrame con tus collares
lo cóncavo de ésta herida
¡que se me escapa la vida
por entre los alamares!
¡Virgen del Amor, clavada,
lo mismo que un toro el seno!
Pon a tu espadita bueno
y dale otra vez su espada.
Qué pueda, Virgen, que pueda
volver con sangre a Sevilla
y, al frente de mi cuadrilla,
lucirme por la Alameda.
(El alba del alhelí)
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