Volvióse Su Majestad
a su Buen Retiro, en cuyo
sitio la Imperial Madrid
fiesta de toros dispuso.
Llegó la hora y el Rey
en su Real Balcón se puso,
con su presencia ilustrando
el variado gran concurso.
Lucido escuadrón, las Guardias
el despejo hacen y al punto
los Campeones del toreo
se dejan ver uno a uno.
Bizarros, fuertes, gallardos,
al Rey dirigen su curso
y, la humillación lograda,
a ejercitar van su impulso.
Cuatro caballeros fueron,
Acuña y González unos;
otros don Antonio Otera
y el Castellanos agudo,
los que a las sañudas fieras
persiguen fuertes, robustos,
y tan diestros y arriesgados
que burlan de lo sañudo.
Astas aceradas vibran,
con tal suerte y tal estudio
que a los encuentros más fieros
enfrenaron orgullosos.
Suertes tuvieron gallardas,
rejones pusieron muchos,
que pudo allí su destreza
más que la fiereza pudo.
Como Abidis los sujetan
y como Alcides robusto,
que es el español denuedo
para esta empresa, absoluto.
Fausta en lo demás la tarde
para todos se mantuvo,
pues los toreros de a pie
también lograron su triunfo.
Varios modos de lidiarlos
también la industria interpuso,
con que el Rey, gustoso, el día
logró con aplauso y gusto.
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