sábado, 28 de mayo de 2016

El día de la confirmación de Jerezano

Estamos celebrando una fecha muy importante para Luis Parra Jerezano, los cincuenta y dos años de su confirmación. El día de la confirmación es tan importante como el de la alternativa y hace dos años se le recordó en Madrid.

Fue todo muy rápido. Estuvo de novillero con caballos tres años, 61, 62 y 63; en total hubo unas ciento diez novilladas, alcanzando la cabeza del escalafón. Entonces tomaban la alternativa sólo los que estaban muy preparados. Tras la alternativa en Jerez, el 1 de mayo, tuvo sólo dos corridas, en Sanlúcar y en Cádiz, casi de trámite. Ordóñez, que era el apoderado, tenía programada dos corridas en Madrid. La confirmación sería el 28 de mayo, con toros de Núñez Hermanos; el padrino, Gregorio Sánchez y el testigo, Manuel García Palmeño, de Palma del Río. Palmeño había toreado de novillero con él varias veces; precisamente se presentó en Madrid con Palmeño y con el mejicano Fernando de la Peña ante novillos de Galache. Con Gregorio no había toreado. El 29 tenían la segunda, con toros de Pablo Romero.



A mediados de mayo Andrés Vázquez y él habían tenido un tentadero y volvían un poco picados. Le dice la señora del apoderado: te veo muy serio. No, no es nada. Andrés saltó con que “resulta que Luis se ha enfadado conmigo”. Interviene Ordóñez: vamos a hacer una cosa para arreglarlo; como toreáis juntos la de Pablo Romero en San Isidro haremos una apuesta. Tú, Carmina, ¿por quién vas a apostar? Yo, por quién voy a apostar, por Luisillo. Bueno, yo por Andrés. ¿Qué nos jugamos? Una cena en el restaurante más caro. ¿El más caro? Sí, vamos a ir al más caro, porque sé que lo vas a pagar tú.



La víspera salieron por la maña de Jerez, con la cuadrilla completa. Ésta la formaban Mateo Navarro, de Jerez, y Mateo Sánchez Bocanegra, de Alcalá de los Gazules; picadores de categoría. Los banderilleros eran José Ferré “Sentencias”, de Valencia, Juan Antonio Romero, de Jerez, y Juanito Vázquez Garcés, de Sevilla. Llegaron a media tarde y el alojamiento fue en el Hotel Victoria, en la plaza de Santa Ana. Allí se quedaba la mayoría de los toreros. La cuadrilla paraba en un hostal de enfrente. Ferrer sí se quedó con él, porque era mayor y le solía aconsejar.



Por la mañana del día esperado las cuadrillas se van al sorteo y te quedas solo en la habitación. Tomó café en el hall del hotel y se fue a dar una vueltecita. Andaba como sonámbulo; como tenía la corrida metida en la cabeza no veía a la gente, no se percataba de los que se cruzaban con él en la acera. Al volver, pide de almorzar. Le trajeron un poquito de pescado cocido; se tomó la mitad porque la otra mitad, en la boca, ni le entraba ni le salía, nada más que de pensar en la tarde. Vuelve la cuadrilla y le hablan de una corrida bonita. Sabía que las corridas bonitas en Madrid no sirven; sería agradable de cara pero Madrid es muy exigente. Ordóñez se acercó por allí al mediodía para desearle suerte. A la hora de vestirse llamaron a la puerta unos conocidos de Cádiz. Le desearon suerte también; empezaron a hablar de los toreros antiguos y uno de ellos dice que se debe tener cuidado porque “fíjate en lo que le pasó a Manolete”. Ferré, hombre de mucho temperamento, explotó: os voy a decir una cosa; cogéis la puerta y os vais ahora mismo para fuera. Ellos estaban hablando de algo grave sin darle importancia. Tuvo que intervenir para pedirles disculpas; no se debe visitar a un torero en el momento de vestirse.



Sin pensarlo, estaba en el portón de cuadrilla. Hicieron el paseíllo. Echaban los toros para atrás; uno salió cojo, otro perdía las manos en el caballo y a otro no lo veían con una presencia suficiente. Tuvo que torear con el capote cinco toros, los dos que mató (uno era del Hoyo de la Gitana) más otros tres. Era como si hubiese toreado una corrida casi entera con el capote. Tenía pensado brindar el toro de la confirmación a Orson Welles pero tras el paseíllo don José María Jardón, uno de los empresarios, chileno, le dice que tenía interés en que le brindara a un señor con gafas que había en un burladero y se llamaba Allende. No sabía quién era porque Jardón no le dijo nada más pero se va para él y le dice “señor Allende, tengo el gusto de brindarle la muerte de este toro”. En el año 73 se entera de que al presidente de Chile lo habían matado en el Palacio de la Moneda. Un día, ante la televisión, le dice a su mujer: este señor es aquel a quien brindé el toro de la confirmación. Chiquillo, cómo va a ser… Al actor americano le brindó un toro más tarde, en la feria de Linares. Estuvo bien con los dos toros pero no hubo suerte con la espada y pinchó los dos; si hubiera tenido suerte podría haber cortado al menos una oreja a cada toro.



Al día siguiente fue la corrida de Pablo Romero. Le echaron el primero para atrás por escobillado y sacaron uno de Sánchez Rico, que no fue bueno. El segundo de Pablo Romero sí fue bravo, muy bravo; no estuvo mal con él, le pegó media estocada y le dieron una oreja. Después de la segunda corrida lo llamó Carmen: que te esperamos. El mozo de espadas de Ordóñez lo llevó a Horcher. Cenaron el matrimonio y él. Pagó Antonio.












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