El Relato Fundacional de Tauromaquias Universales, según André Viard
La fe nace del dogma. No existe mito, religión, moral o ideología sin un relato fundacional que ofrezca un dogma a todos sus seguidores. Escrito hacia el año 2000 antes de Cristo, el poema épico de Gilgamesh –quien, entre otras hazañas, mató al Toro Celeste- fue el primer relato fundacional que abordó la búsqueda de la inmortalidad y sirvió de base para las religiones mesopotámicas. Después, sobre el siglo VIII a.C, nació la Biblia, poco antes de que los pre-socráticos griegos estableciesen los cimientos de la filosofía. Todos fundamentan su visión del mundo en el antropocentrismo, según el cual el hombre es el eje de la Creación.
Nacido a mediados del siglo XX y radicalmente opuesto a todos los grandes mitos, religiones y morales anteriores, el relato fundacional vegano nace del naturalismo nazi, germen de la ecología profunda. Ésta conceptualiza el dogma del biocentrismo, el cual decreta que todas las especies deben gozar de los mismos derechos y que el hombre es sólo un animal más. La consecuencia de este relato fundacional es que hay que prohibir todas las actividades humanas que utilizan a los animales, empezando por la corrida de toros: según el relato de los veganos, « la Fiesta es tortura y la tortura no es cultura ». Este relato mentiroso no supondría peligro alguno si hubiera otro, con la misma capacidad de difusión, capaz de restablecer la verdad. Pero como no existe, el relato vegano está difundiéndose en todas las sociedades modernas con la misma facilidad que los grandes relatos fundacionales en la humanidad primitiva: hoy en día, para las nuevas generaciones, declararse vegano -y antitaurino- equivale a reivindicar su progresismo cuando, en realidad, significa militar, de forma más o menos consciente, a favor del fin de una civilización llena de valores ejemplares y apoyar el advenimiento de otra civilización cuyos fundamentos son subversivos.
Es fácil entender el peligro de la situación: si frente a este relato demoledor sólo somos capaces de asegurar que Morante es un artista grandioso y Cobradiezmos un gran toro bravo -ambas cosas ciertas, por supuesto-, no podremos detener el avance de esta ideología difundida por una secta liberticida que extiende sus tentáculos a nivel mundial con la constancia de la gota de agua, capaz de penetrar en la roca más dura. No se trata, obviamente, de convencer a los veganos de que están equivocados como en todas las sectas su integrismo los vuelve fanáticos-, sino de dirigirnos al resto de la sociedad para explicar, a través de otro relato, lo que la Tauromaquia es y representa. Aunque parezca mentira considerando el imponente número de obras que los toros han inspirado a través de los siglos, este relato fundacional no se ha escrito antes de "Tauromaquias Universales", que llega en el momento oportuno para llenar este vacío.
Su fundamento es incuestionable: 20 milenios antes de los primeros relatos escritos, los cuales ensalzan la figura del hombre como eje del mundo y de la naturaleza, las pinturas parietales de Villars y de Lascaux sientan las bases del antropocentrismo que las religiones y morales posteriores erigieron en dogma universal.
¿Qué vemos en Villars? Un hombre desafiando a un toro, arriesgando su vida para matarlo y asegurar así el futuro de su gente.
¿Qué vemos en Lascaux? Un hombre derrotado por el toro, después de haberlo herido de muerte.
¿Dónde se encuentran ambas pinturas? En el ábside de dichas cuevas, lo que demuestra su dimensión religiosa.
¿Qué es lo que se venera? No al toro, sino al hombre que sacrifica su propia vida para salvar la de los demás.
El relato fundacional de las Tauromaquias Universales parte de esta dimensión religiosa y de la figura crística que se le atribuye al hombre cuando se enfrenta al toro. Esto nos permite atribuir a la corrida de toros moderna una justificación más universal que el arte de Morante o la bravura de Cobradiezmos. Ambos son el Grial que los aficionados persiguen, pero también la manifestación contemporánea del hecho fundador: su valor real reposa en que legitiman la fe y regeneran el dogma.
Hace 23 milenios, cuando pintaron la "tauromaquia" de Villars, nadie cuestionaba que el hombre matase al toro: era la condición de su supervivencia. Después de extraerse de la animalidad -en parte gracias a la alimentación, la cual enriqueció con la carne de las demás especies, favoreciendo el desarrollo superior de su cerebro lo que, a su vez, permitió que el hombre primitivo inventara las armas que la naturaleza no le había otorgado-, nuestro lejano antepasado salió a la conquista del planeta adueñándose de él. Y el primer héroe de la Humanidad, homenajeado en la cueva de Villars, fue un cazador de toros. A continuación, a lo largo de veintitrés milenios, las Tauromaquias Universales simbolizaron esta lucha por vencer a la naturaleza, hasta que todas desaparecieron en las regiones donde se desarrollaron, a medida que el toro salvaje desaparecía en ellas. Este rito nacido con la Humanidad se perpetuó, sin embargo, en España y en el Sur de Francia, donde algunas ramas procedentes del uro primigenio consiguieron resistir a la erradicación y superaron la domesticación. Entre tiempo, la lanzada de los principios había dado a luz unas prácticas más sofisticadas, hasta llegar a la corrida moderna que las sublimó cuando el hombre inventó la muleta: a partir de ese día, el 15 de agosto de 1720, la lucha brutal evolucionó hasta el arte delicado.
Hasta hoy, esta historia no se había contado de forma global y la ausencia del relato fundacional permitió que los veganos difundieran sin complejos algunas mentiras tan colosales como la supuesta condición anti-taurina de Goya, el origen franquista de la tauromaquia, o la leyenda de los suplicios al que, según ellos, los aficionados someten al toro antes de lidiarlo en la plaza: agujas en los testículos para que no se pueda tumbar durante varios días, vaselina en los ojos para que no vea bien, algodón en el morro para que no pueda respirar, sacos de arena sobre los riñones... unas fantasías que dicen mucho de sus propias patologías.
La creciente influencia de la ecología profunda explica los ataques que sufre la Fiesta, pero también la involución de las mentalidades: mientras que el hombre primitivo se apropiaba de manera simbólica de las virtudes del animal salvaje que combatía o sacrificaba, el hombre moderno proyecta su neurosis sobre las especies que ha domesticado. Si las representaciones zoomorfas de la Antigüedad respondían a una necesidad de trascendencia, el antropomorfismo contemporáneo hace regresar al humano hacia la animalidad.
En contra de todas estas mentiras, hoy en día, el toro sigue siendo un animal distinto entre todos por el trato privilegiado que el hombre le dedica. Cierto es también que el torero que pone su vida en peligro enfrentándose a él sigue ofreciendo a los humanos un alimento fundamental. No se trata de satisfacer necesidades meramente materiales - la carne del toro, por ejemplo- sino sobre todo espirituales: sacrificando al toro de manera ética en el altar de la estética, el torero ofrece al mundo una catarsis liberadora.
Éste es el relato fundacional que las Tauromaquias Universales ofrecen con su exposición y su documental. Si somos capaces de difundirlo dentro de una sociedad que desconoce totalmente los valores de la Tauromaquia, podremos detener los estragos provocados por el relato negativo escrito sobre la Fiesta por los anti-taurinos, parte visible del iceberg vegano. Un relato que, gracias a la potencia comunicadora que brinda a sus autores la ayuda interesada de unas ONG oportunistas o de unas industrias que se nutren del mercado de las mascotas, consiguió atraer a parte del mundo político en la telaraña animalista, hasta provocar que algunos partidos se atrevan a cuestionar la existencia de una cultura milenaria compartida por decenas de millones de ciudadanos.
A la vista del desinterés o de la animadversión de los medios generalista hacia la Fiesta, no será fácil contrarrestar el relato animalista. Pero se debe intentar, puesto que es la única vía de salvación que tenemos actualmente.
Afortunadamente, si no podemos contar con el apoyo de muchos medios generalistas, disponemos de Internet, el mismo arma empleada por los veganos para acorralarnos: de ahora en adelante, le toca a cada aficionado convertirse en apóstol de su cultura, para difundir por todas partes, a través de las redes sociales, el documental Tauromaquias Universales con el fin de compartirlo en el mundo entero. Por eso se realizó en español, en francés, y dentro de poco en inglés, portugués… y quizás en chino.
De la misma manera, los actores del mundo taurino deben apoyar la logística de la exposición, cuyo objetivo es instalarse en todos los pueblos taurinos, todas las universidades, todas las ciudades, y sobre todo, en aquellas donde el peligro tiene nombre y apellido. Hay una cosa segura: a cada ciudadano que acaricie el Toro Mítico instalado en el laberinto de la exposición, le pasará lo mismo que a nuestros antepasados cuando se acercaban a sus tótems mágicos. En él, encontrarán la fuerza para resistir a la desesperanza y para luchar por su pasión.
Defender la Fiesta es defender un modelo de civilización, mientras que prohibirla supone darle la espalda a la historia de la Humanidad. Quizás esta afirmación le parezca algo rimbombante a los incrédulos, pero si se esfuerzan en estudiar el legado del Museo de las Tauromaquias Universales, verán la Fiesta como es, y no como se la han contado:
-La Fiesta simboliza la elevación del hombre primitivo, desde el estado de natura al estado de cultura, superando su instinto de supervivencia a través de una búsqueda ética y estética, la cual transformó la caza original en una práctica artística universal.
-La Fiesta representa también la apropiación por parte del pueblo de un privilegio real, y un ejemplo de convivencia entre las clases sociales. Además, ante la violencia homicida de la sociedad contemporánea, la muerte del toro, colofón de un ritual solemne, cumple una innegable función social y reconciliadora, comparable a la de los misterios de la Antigüedad.
-Finalmente, la Fiesta es un factor de preservación de la biodiversidad mediante la conservación de una especie en su medio ambiente, respetando su identidad y bienestar dentro de los límites de su función: combatiente temido y respetado, el toro es el indicador del valor del hombre que se enfrenta a él, quien pone en riesgo su propia vida, ofreciendo de manera digna el único fin digno de su grandeza.
Como todas las culturas que no atentan contra los derechos humanos, la corrida debe ser respetada en nombre de la diversidad, pero sobre todo en nombre de los derechos universales que porta, y que la convierten en un incuestionable Patrimonio de la Humanidad.
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