viernes, 21 de mayo de 2021

Francisco Brines: dos citas

Francisco Brines ha fallecido el 20 de mayo de 2021. Académico de la Lengua, recibió el Premio Cervantes 2020.

Brines amaba la tauromaquia, su estética, su fuerza. Creía que los que buscan su abolición "son tontos". Recojamos dos citas suyas.

La primera: "La Fiesta es el espectáculo más bello y perfecto que han creado los españoles. Allá en la plaza, a ratos da la sensación de que el tiempo se ha detenido".

La segunda: “La emoción del riesgo es enteramente lícita y un componente importantísimo en el toreo, puesto que el peligro de la lidia es una realidad que no puede ni debe soslayarse. El día que éste disminuya sustancialmente nos encontraremos en el principio del fin de este sin par espectáculo.

No es el toro menos principal protagonista que el torero, y serán las modalidades y condiciones que aquél desarrolle en el ruedo las que marcarán el rumbo posible de la faena. Aunque será el torero quien, desde su clarividencia y sus cualidades, hará factible la acertada elección de la lidia, con sus pertinentes resultados.

De ahí que cuando contemplamos las fuerzas del animal disminuidas en exceso, cuando percibimos que todo su soberbio instinto está puesto al servicio de la exigua hazaña de poder mantenerse en pie, o cuando vemos humillada en él la gallardía de su especie, sólo es posible sentir el justo desvío ante aquellos falsificadores de la emoción.

Ni puede haber arte, ni dominio, ni valor en tales situaciones; y posibles tan sólo dos hermanados sentimientos: el de la vergüenza ante una representación tan bárbara, jactanciosa y mezquina, y el noble sentimiento de la piedad que en nosotros despierta cualquier ser inválido. Y cuando el sentimiento de la piedad aparece ya no es posible la presencia de ningún sentimiento estético. Nuestra nueva ética no estará ya fundida en la estética, como huéspedes de una misma naturaleza, sino disociada y enemiga.”



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miércoles, 19 de mayo de 2021

Goya 9: El arrastre

La obra "El arrastre" fue pintada por Goya en 1793, durante su estancia en Cádiz. La técnicas es óleo sobre hojalata; sus dimensiones son 43 cm por 32 cm.


La escena, enmarcable en la plaza de toros de Madrid, muestra a un grupo de mulillas guiadas por cuatro personas que sacan de la plaza al toro muerto, arrastrado por un grupo de mulas que adornadas con banderines y cintas de colores tiran de éste al son de los cascabeles, mientras el "respetable" comienza a levantarse de las gradas y a abrir las sombrillas. La obra está considerada como una de las más ejemplares de la serie, cuya técnica es más comprometida, tratándose además de la última escena que cierra la serie y así la visión final del conjunto. Pierre Gassier ha descrito este cuadro en los términos siguientes: “Observamos la habilidad de Goya para dar consistencia a su tema principal, tanto en el propio ruedo como entre el público. Le preocupa sobre todo no dejar el primer plano vacío por completo: un caballo muerto y un peón encargado sin duda de recuperar los arneses ocupan el ángulo inferior de la composición. Al fondo, los grupos de toreros parecen comentar la lidia delante de la barrera. En cuanto al público (el “respetable”, como se le suele llamar) una vez más Goya le da toda su densidad de muchedumbre multicolor con la ayuda de unos pequeños toques rápidos, aparentemente desordenados, pero, si los observamos de cerca, de una impresionante exactitud para tratarse de un formato de estas características: los sombreros oscuros de los hombres, las mantillas blancas de las mujeres y las sombrillas abiertas por completo, todo queda señalado, todo es verdad, pero sin que jamás el detalle predomine sobre el conjunto”.

La obra fue exhibida por primera vez en la exposición "Francisco de Goya, IV Centenario de la Capitalidad", celebrada en Madrid en 1961.

Este óleo sobre hojalata pertenece a la serie Tauromaquias. Según su amigo Moratín, Goya habría toreado durante su juventud. Es significativo que de los catorce pequeños óleos sobre hojalata que pinta con mayor libertad en el momento decisivo de su vida (tras su restablecimiento en Cádiz de la grave enfermedad contraída en Sevilla y por la que quedó aquejado de sordera), ocho sean tauromaquias.

En enero de 1794 la obra fue entregada a la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid en donde, según Xavier de Salas, estuvo presente durante un tiempo. Posteriormente pasó a la colección de los duques de Medinaceli. Las ocho tauromaquias son conocidas como la "Serie Torrecilla", por haber sido adquiridas seis de ellas por Manuel de Salabert y de Torres, VI Marqués de la Torrecilla, a Céan Bermúdez, quien, a su vez, las había comprado en la testamentaría de Leonardo Chopinot, procedentes de la colección de Francisco Bayeu. Esta serie comenzó a fragmentarse en la generación de Casilda de Salabert y Arteaga, IX Marquesa de la Torrecilla y esposa de Luis María Fernández de Córdoba y Pérez de Barradas, XVI Duque de Medinaceli, razón por la cual a la actual Duquesa de este título sólo le le llegó este cuadro de los seis.

martes, 11 de mayo de 2021

Pepe-Hillo

 JOSÉ DELGADO "PEPE-HILLO".

Nació en Sevilla el 14 de Marzo de 1754, el mismo año en que nació en Ronda su gran rival Pedro Romero.

De muy joven, y sin ninguna instrucción, quisieron sus padres que aprendiese el oficio de zapatero. Pero fue imposible fijarlo con ningún maestro y el jovenzuelo se escapaba continuamente al matadero donde tuvo contacto con discípulos de Costillares.

Alegre de carácter, de vitalidad estallante, desenvuelto en el trato, ignorante y rústico pero agudo en la conversación, indiscreto y franco en las opiniones, vanidoso y encendido dentro y fuera de la plaza, Pepe-Hillo se hizo el ídolo popular de la época. Bien recibido en todas las tertulias encopetadas, en los palacios, con los Marqueses.

Al principio de su carrera toreó Pepe-Hillo, en la cuadrilla de su maestro y protector Joaquín Rodríguez "Costillares". Así empieza la carrera vertiginosa de este hombre que acabará luctuosamente en un mes de Mayo, sobre las arenas de Madrid. Finchado, celoso, heroico y displicente, no conoce la saciedad del aplauso. Fue el tipo de hombre de una jactancia pavorosa, con una gran seguridad en sí mismo y una incandescente sed de gloria. Todo lo quiso practicar y a todos quiso retar y, como delante de él tenía un torero de características totales como lo fue Pedro Romero, el que conocía todos los obscuros resortes que rigen el misterioso juego de la lidia de los toros, topo siempre a pecho abierto con las astas que le buscaron el alma hasta veinticinco veces en cogidas graves, siendo la última mortal.
Cuantas suertes se conocían en los toros , quiso no sólo practicarlas, sino practicarlas mejor que nadie, con una palpitación sangrienta y a la ves alegre y propia. Practico, y en esto sí que no tuvo rival en sus días, los recortes, el quiebro y el cuarteo con el capote plegado al brazo en los quites. Todos estos deseos de sobrepujar cuanto se había echo hasta entonces crean un halo a su favor. Nada enamora a los públicos como la buena voluntad y la constante pasión de ser adorado por ellos, y Pep-Hillo tenía en grado máximo esta pasión.

Su presentación en Madrid fue triunfal. Aquel deseo de apagar con su temeridades el fuego de los labios de todas las damas y enardecer a los hombres hasta el entusiasmo frenético, se le subió a la cabeza como un vino turbulento, eléctrico. Toreo exponiéndole increíblemente a los toros que tenían mucho sentido, quebró en lo terrenos más peligrosos, puso el gesto más amplio y el público quedó cautivado por aquel torero con garbo. Pepe-Hillo era en la plaza un derroche de fuegos y bizarrías. Toda la Plaza era sol cuando el toreaba.

Fuera de la Plaza, Pepe-Hillo supo desenvolverse en sociedad. Tuvo amores con toda suerte de damas, con mozas, con majas y manolas, con vendedoras y merceras, con tonadilleras y bailaoras. Todo fue poco para su vitalidad desbordada, para su concepción total, luminosa, de la vida. Pero lo verdaderamente importante de la vida de Pep-Hillo fueron sus relaciones con el populacho. La plebe de Madrid, le aclamó alborozadamente. Chisperos, chulos, manolas, rufianes, vendedores, perdonavidas, truhanes, barberos, contrabandistas, cómicos y toda índole de personajes le adoraron prestamente. Su éxito fue un éxito de borrachera; participaba de los gustos y diversiones de las gentes del pueblo, en las peleas de gallos, y no hubo bautizo ni zambra en los barrios a la que no se invitará a Pepe-Hillo, con empeño en su asistencia. Asimismo era supersticioso hasta la exageración y de muy piadosas devociones.


La cogida y muerte de Pepe-Hillo fue consecuencia de sus dramáticos alardes. Costillares se había ya retirado, enfermo y achacoso. Pedro Romero abandono fatigado la pugna con Pepe-Hillo la cual duró dieciocho años. Quedo, pues, Pepe-Hillo como único puntal del toreo. Su carrera había sido gloriosa. Veinticinco graves cornadas no habían hecho sino aumentar sus arrestos y prodigalidades valerosas, pero había querido llegar demasiado lejos en la estimación de las gentes y debía sostenerse a base de aquello que nunca ha podido mantener a un torero, o sea del valor alocado , en medio de la quiebra de sus facultades físicas. En los últimos años de su vida, frisando en los cuarenta y cinco, ya se notaba con menos agilidad y fuerza.

En 1801 Pepe-Hillo estaba ya completamente desgastado. Sus últimos retratos nos legan un rostro abotargado, con ojos tristes y su cuerpo aparece pesado, cansada la espalda, blando y agotado el porte. Su edad oprime a su cuerpo pero no frena su codicia de gloria. Pero en el año fatal de 1801 su suerte era clara y luctuosa. Así pues, persistió en querer seguir lidiando toros hasta que llegó el día 11 de Mayo de 1801, tercera corrida de la temporada en Madrid. Se toreaba una corrida completa, es decir mañana y tarde, y le acompañaban José Romero, diestro rondeño desangelado y Antonio de los Santos, apodado "Ojos Negros", protegido de Pepe-Hillo que fue un lidiador mediocre. Uno de los toros que se lidiaron por la mañana, dio un puntazo en el muslo a Pepe-Hillo, pero este, con su habitual valor, no quiso dejar de torear por la tarde. Ya en la tarde le tocó en suerte un toro llamado "Barbudo" de la ganadería de don José Joaquín Rodríguez de Peñaranda de Bracamonte, con tipo castellano, grande, bronco, basto y abierto de encornadura. Salió abanto y corriendo en todas direcciones, tomando tres veces la puya, huyendo del caballo. El toro se aquerencio en tablas, y se puso a la defensiva. Pepe-Hillo, que lucía un terno azul y plata, le dio solamente dos pases naturales y el de pecho, entrando a matar deteniéndose un instante en el embroque y haciéndolo muy sesgado. La estocada fue contraria, muy atravesada y corta y el toro lo alcanzó por su vacilación cogiéndole y lanzándolo a sus lomos y cayendo de espaldas en el suelo. Embistió de nuevo contra el torero inerme y le pego la cornada en la boca del estomago, campaneándolo un largo espacio de tiempo. Destrozándole la caja del tórax y quebrándole diez costillas. Pudo verse el trágico espasmo del torero y como le agarraba desesperadamente por la cepa del cuerno, con ambas manos. El torero mal herido, agonizante, con la redecilla suelta y el pelo crispado sobre la cara, el traje destrozado y una amplia herida de la que manaba una lengua obscura y espesa de sangre.
Pepe-Hillo murió en la Plaza, sobre la arena. Con la plaza convulsa, la tarde cayéndose, el graderío fue vaciándose pues el público, en su horror, abandonó precipitadamente la plaza. El público resultó afectadisimo por este luctuoso suceso. Durante mucho tiempo, no volvió a celebrarse ninguna corrida de toros en Madrid.

En 1796 se publicó en Cádiz el libro "La tauromaquia o el arte de torear de Pepe-Hillo". Esta obra, de una prosa sentenciosa y descarnada, fue escrita, por el íntimo amigo del torero sevillano don José de la Tixera en base a lo que Pepe-Hillo le fue transmitiendo, pues es sabido que Pepe-Hillo apenas si sabia poner su firma. El libro fue el catecismo de los lidiadores hasta la aparición del tratado de Francisco Montes en 1836.

La gran masa de público, la tremenda avalancha de color que se crispaba en el graderío, como un animal mitológico de millares de ojos, manchado por cien matices vivos, recordarán hasta nuestros días al gran Pepe-Hillo.

lunes, 10 de mayo de 2021

Felipe González en los toros

En esta foto

vemos a Felipe González, que fuera secretario general del PSOE y presidente de Gobierno de España, presenciando una corrida de toros en La Maestranza de Sevilla. Le acompaña Luis Yáñez, destacado socialista.




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