martes, 15 de noviembre de 2022

Alberti, banderillero de Sánchez Mejías

El poeta Rafael Alberti nos cuenta su aventura taurina.

Yo era muy amigo de Ignacio Sánchez Mejías, el grandísimo torero de la Edad de Oro del toreo, del momento de Joselito, Belmonte, el Niño de la Palma...

Sánchez Mejías me decía: "Mira, tú como poeta te vas a morir de hambre; los poetas no ganan nada. Yo te voy a nombrar banderillero de mi cuadrilla y te voy a pagar muy bien aunque de momento no pongas banderillas". Efectivamente, hicimos un contrato para una corrida en Pontevedra, en Galicia.

Ese día me citó en el tren por la noche, en Venta de Baños, donde se subió Cagancho, un torero maravilloso, y Antonio Márquez, el marido de Conchita Piquer.

Afortunadamente los gallegos no entendían mucho de toros y eso me sirvió de mucho, porque Ignacio me dio un traje naranja y negro, que no se usa mucho. Se lo había hecho de luto por la muerte de su cuñado Joselito. La montera me la prestó Cagancho y Márquez, el capote de luces para hacer el paseo.

Yo pensaba: "La gente se va a poner en contra de mí. Cuando se den cuenta de que hay un torero que no va a torear y que va vestido de negro me van a matar". Salí e hice el paseíllo. En las plazas de toros hay cuatro burladeros; Ignacio me dijo: "Colócate ahí".

Enfrente exactamente salió un toro como la catedral de Burgos y se vino flechado hacia mí. Normalmente, cuando uno está quieto los toros no te embisten. Yo estaba muerto de miedo. Vino el toro y le dio una cornada al burladero pero no lo rompió afortunadamente. Estuve viendo la corrida todo el tiempo en aquel burladero ante la burla de Ignacio, que me hizo pasar ese susto.

Volvimos al hotel. Esa tarde, después de decirme Ignacio que iba a torear como banderillero suyo, le dije a su apoderado, que era el padre de los Dominguines: "Mire, yo con estas medias rosas de bailarín no quiero nada; tengo cuarenta y tres años (sic) y no quiero seguir toreando". 

Así que deshice todos los contratos el mismo día que me había invitado a torear en la plaza de Pontevedra.

viernes, 11 de noviembre de 2022

Manet 4: Torero muerto

Manet pintó en 1864 este óleo sobre lienzo titulado "Torero muerto".


 

El cuadro mide 153 cm x 76 cm. Se conserva en la Galería Nacional de Arte, Washington.

Manet 3: La corrida

El cuadro "La corrida" de Eduardo Manet


 fue pintado en el año 1864. Mide 109 cm x 50 cm. Se conserva en la Frick Collection, de Nueva York. Algunos críticos piensan que formó parte de un cuadro inicial más grande, al que pertenecería también el óleo "Torero muerto".

Roberto Domingo 2: La Venta del Batán

 


miércoles, 9 de noviembre de 2022

Los toros en los años 60

En el año 1960 de lo que se hablaba en España era de la competencia entre Luis Miguel Dominguín y su cuñado Antonio Ordóñez. Después torearon juntos diez corridas en plazas importantes, cuatro de ellas mano a mano. Tres cornadas graves de cada torero acabaron con la retirada momentánea de Luis Miguel.

El toro de estos años no era el toro pequeño de después de la guerra ni el toro afeitado que había denunciado en 1952 Antonio Bienvenida (alternativado en1942). Ahora salía un toro cuajado, encastado y astifino, pero no con los kilos de hoy, que no se soportan bien en los esqueletos de la mayoría de los encastes actuales.

Los 60 son la época dorada de dos ganaderías que representaban al toro exigente y que cayeron posteriormente: Conde de la Corte y Pablo Romero (hoy Partido de Resina). Es también la época de otras ganaderías que ofrecían toros reclamados por las figuras: Carlos Núñez y Juan Pedro Domecq. También triunfaban hierros existentes hoy pero que han perdido el aprecio: Galache y Buendía.

En 1968 surgió el Libro de Registro de Ganaderías Bravas y el marcado de las reses con el guarismo del año de su nacimiento.

La plantilla de toreros de esta época era impresionante y ha dejado tantos nombres en la historia que algunos la llaman la “Edad de Platino del Toreo”.

Gregorio Sánchez (1956) arrancó la década con la gesta de torear seis toros en Madrid en una corrida benéfica, cortando siete orejas y con dos vueltas al ruedo a hombros. El toro más gordo pesó 504 kilos. Los otros cinco tuvieron, de media, 470. La corrida completa duró 1 hora y 9 minutos.

Él y otros toreros que destacaron en la década de los sesenta provenían de los años cincuenta, como Litri (1949), Aparicio (1950), Antonio Ordóñez (1951), Pedrés (1952), Antoñete (1952), Chamaco (1956), Joaquín Bernadó (1956),  Jaime Ostos (1956), Fermín Murillo (1957), Victoriano Valencia (1958), Diego Puerta (1958) o Juan Mondeño (1959).

La Fiesta estaba muy viva, básicamente porque existía aquel plantel de toreros, en el que los mejores eran buenísimos; los menos buenos eran muy buenos; los regulares eran buenos y de los malos no había ninguno que no supiera torear. El Sanatorio de Toreros estaba siempre lleno, pero todos los toreros tenían torería en el ruedo y en la calle.

A partir de 1960 fueron tomando la alternativa otros que seguidamente dominarían el panorama: Curro Romero (1959), Paco Camino (1960), Rafael de Paula (1960), El Viti (1961), Pepe Osuna (1962), El Cordobés (1963), Luis Parra Jerezano (1964), José Fuentes (1965), Palomo Linares (1966) o Miguel Márquez (1968).