miércoles, 6 de septiembre de 2017

Jerezano y sus apoderados

“Los aficionados deben conocer mi relación con los apoderados, en especial con Antonio Ordóñez”


No había toreado con caballos todavía cuando alguien por primera vez se fija en Luis Parra como en un intento de relación cuasi profesional, y fue Ordóñez. Había un tentadero con veinte o treinta vacas utreras que Antonio había comprado a Atanasio Fernández y las probó en lo de Carlos Núñez. Estaban ese día cerca de treinta aficionados esperando; gritan “¡el siguiente aficionado!” y le toca. Esa vaca la había tentado Juan Jiménez El Trianero, un matador que no llegó a torear mucho pero era buen torero y mejor persona. La vaca estaba muy enrazada y tenía mucho motor; la citó de largo y le dio cuatro pases por alto y luego por la izquierda empieza a embestir y a embestir y le forma un lío. El tentadero terminó como si no hubiera pasado nada, pero para algunos sí había pasado. Luis y su amigo inseparable Garbanzo caminan de vuelta y, como empieza a llover, se quitan las alpargatas para que no se estropeen; prefieren ir descalzos. Los adelanta un coche de cuadrilla y se para a los cien metros. Garbanzo, es el maestro; corre, vamos a acercarnos. ¿Dónde vais? Vivimos en Jerez. Subid. Al llegar a la Barca de Vejer paran y Ordóñez dice a Garbanzo que se bajara allí y le avisara a los padres de Luis porque se iba con ellos, que al día siguiente había un tentadero. 

Se fueron a Valcargado. Al llegar, como en un cuarto de plancha había muchos capotes y muletas, se ofreció a coser los que estaban rotos. En la cocina le dieron un bocadillo y durmió en la gañanía, sobre un saco de paja. Por la mañana temprano el mayoral le ofrece un café y le encargan que lleve unos capotes y unas muletas, con palillos y ayudas, al coche. Vamos a lo de Rocío de la Cámara. Allí, después de tentar un macho, el tentadero se suspende por un problema de no sé qué. Vuelven a cargar los líos en el coche y, cuando Ordóñez enciende el motor, le dice adiós muchacho y se fue. Se quedó allí quieto y solo, preguntándose ¿qué he hecho yo, Dios mío, para que este hombre me haga esto?



¿Eso ya está grabando? Sí, maestro, usted siga a su forma, que yo lo escribiré a la mía.

El primero y mejor apoderado que tuvo fue Paco Ortega, primo hermano y mozo de espadas de Rafael Ortega. Era muy listo y muy buen aficionado. Mira si era aficionado que se hizo cargo de cuatro muchachos y a los cuatro hizo toreros; cogió primero a Luis, luego a Paquirri, a Riverita y finalmente a Ruiz Miguel. Aparte de aficionado, creía mucho en los toreros a los que representaba y eso es una de las bases que debe tener un apoderado.

En Jerez hubo una novillada, en la que el ganado no fue ni bueno ni malo y Luis no estuvo ni bien ni mal. Al día siguiente, pensando en que dentro de veinte días iba a haber una novillada en La Línea, Paco lo lleva a casa de Belmonte y, tras los saludos y prolegómenos, le preguntó qué le pareció Luis en la novillada. Bueno, la novillada no fue muy allá, pero Luis estuvo regular. Paco reaccionó preguntando Pepe ¿estabas en la novillada? Hombre ¿no te estoy diciendo? claro que estuve. Es que creo que no la has visto; tú has estado pero no lo has visto. No sabes los problemas que surgieron allí. Luis salió demasiado airoso del trance, por lo que creo que no te fijaste bien en cómo estuvo. Bueno, lo vi a mi forma, pero no he dicho que estuviera mal. La próxima vez fíjate en todos los detalles. Bueno, ¿qué, lo vas a poner en La Línea? El cartel no está rematado. Mira, como dentro de cuatro días torea en El Puerto una de García Barroso, hablamos después de lo de El Puerto.

Total, va a El Puerto y corta cuatro orejas y un rabo. Apenas habían llegado al hotel estaba Pepe llamando. Mira, que me acabo de enterar; enhorabuena. ¿No te lo dije, aunque tú eres profesional? A los toros hay que ir a ver los toreros y ponerle atención. Bueno, vamos a dejar eso; que te digo, Paco, que está puesto en La Línea ¿de acuerdo? En La Línea soltaron una de Bohórquez que era, más bien, una corrida; entonces no había guarismos. Los novillos salieron fuertes; a Rafaeli le dieron las del tigre y a Pacheco de San Roque lo volvieron loco. Él tuvo suerte y cortó otra vez cuatro orejas y un rabo; aquello fue su definitivo lanzamiento.

Paco creía tanto en él que llegaba a los sitios y lo transmitía, aunque luego, claro, había que reflejarlo en la plaza. El apoderado no debe guiarse sólo por el interés económico ni llevar a seis toreros; los apoderados tienen que serlo de un solo torero.

Había firmado con Ortega un contrato por tres años y llevaba ya dos años cuando, un día del año 62, se presentan en su casa Manolo Vázquez y Antonio Ordóñez. Era su segundo año con caballos, ya se había presentado en Madrid y había triunfado en Sevilla. Manolo le dice que Ordóñez ese año no va a torear y le gustaría estar con él y llevarle las cosas ¿Qué te parece? Interviene Antonio: ¿Cuánto tiempo te queda con Paco Ortega? Me comprometí por tres años y llevamos dos, así que me queda un año. Habla con él y mañana a las cuatro de la tarde nos vemos en el Banco de Vizcaya. Llama a Ortega y le da la novedad, comentándole que va a ser bueno para los dos. A mí no me parece bien, Luis; para mí no va a ser bueno y para ti, lo dudo. Pero si Ordóñez es quien manda en esto… No te hace falta Ordóñez; has pasado por dos exámenes, en Sevilla y en Madrid, y en los dos has salido airoso.



Al día siguiente se encuentran en el Banco de Vizcaya. Ordóñez habla. Paco, te queda un año con Luis; si no te importa me gustaría hacerme cargo de él. Sí que me importa, porque Luis es lo único que tengo ahora mismo, no tengo otro negocio. Antonio se echó para adelante. Si hay que dejar esto se deja (era como decir que si no lo hacemos te puedes ir preparando). Paco, consciente, se allanó. No, no hay problema; si hay que hacerlo se hace. ¿Qué hay que darte a ti para que éste se venga conmigo? Hombre, vamos a ponerle quinientas mil pesetas. Con ese dinero en aquella época se compraban cuatro pisos. Es mucho dinero, le quitarás algo. Hay por ahí algo de publicidad y algunas cosillas; si quieres, le quitamos diez o quince mil pesetas. Rellena y firma el talón por las cuatrocientas ochenta y cinco mil pesetas y, mirando a Luis, le pregunta ¿se lo doy? ¡Hombre, maestro, claro! Te advierto que esto lo vas a tener que pagar tú. Le da el talón a Paco.

Así Ordóñez se hizo cargo. Toreó cincuenta novilladas en el año 63, estando presente en todas las ferias de España; Zurito, El Pireo y Jerezano era el cartel repetido en todos los sitios. La alternativa se toma en Jerez. Acabada la temporada, firmaron treinta y siete corridas de toros para el año 64, con la idea de no llegar a las treinta y ocho, que significaba pasar al grupo especial, lo que implicaba muchísimos gastos.



El año anterior había conocido a la que hoy es su mujer y decidió casarse, pero no le dijo nada a nadie, ni siquiera a Antonio. Cuando éste se enteró, Pepe Ordóñez se presentó con una carta de su hermano, comunicando que la relación se había terminado. La respuesta fue que tu hermano vino a buscarme cuando no lo necesitaba y ahora lo necesito menos. Esa frase resultaría un puntillazo, sin darse cuenta.

Aquello iba a ser un nadar contra corriente. A un banderillero, el sevillano Juan Montaño, lo echó y hubo que pagarle cerca de veinte mil duros, más de ochenta novilladas. Estaba Luis acostumbrado a tomar responsabilidades pero lo que venía era una tormenta. Se quedó fuera de plazas en que era impensable se quedara fuera: La Línea (donde había ganado el trofeo Joselito y Manolete), Vitoria (donde había ganado el trofeo de la Virgen Blanca), Bilbao (donde había cuajado uno de los mejores toros cuajados en Bilbao), Bayona (donde en dos corridas había cortado siete orejas y un rabo).

Ordóñez toreaba en Badajoz y Luis decide ir allí a hablar con él. Las cosas las tengo mal, a ver si se arreglan. Bueno, ya veremos. Al año siguiente en Sevilla, en la feria, el rondeño toreó una corrida de Urquijo estando muy bien y fue al hotel a saludarlo. Se estaba cambiando y se hallaba presente Canorea. ¿Te parece bien que ponga a Luis en Ciudad Real? Lo mira y le dijo tú sabrás lo que haces, delante del propio Luis. Si eso decía en su cara qué no diría a su espalda. Todo aquello era como una losa; hizo esfuerzos pero no había forma de poder. Ahora sólo había catorce corridas, quince corridas y poco más.



Todo eso fue porque a su boda no lo invitó; no hubo otras causas. Era su vida particular, no su vida profesional, que es lo que él dirigía. No iba a preguntarle opinión a él sobre si se podía casar o no. Se casó con quien quiso y cuando quiso, porque, además, no había ninguna urgencia.

Aquel apoderamiento fue nefasto. En lo artístico le dio categoría, desde luego, porque hay una diferencia entre que te lleve Paco Ortega y que te lleve la máxima figura del toreo; le dio responsabilidad, pero Luis estaba acostumbrado a afrontar responsabilidades. En lo económico le afectó mucho, porque tuvo que pagar un dinero que además fue un capricho del otro. Cuando le entregó el talón le dijo que lo tenía que pagar; eso se dice antes pero no cuando está todo rematado. Estuvo todo el año toreando para pagar aquello.

El apoderamiento de Ordóñez duró dos años, el 63 y el 64. Hubo mucho contraste entre la convivencia durante el apoderamiento y el desenlace final. Estar temporadas con la familia en la casa, en el cortijo (donde jugueteaba con la niña Carmina), todo eso era cosa de Carmen, que era una gran mujer; le quería mucho, como si fuera su hijo. Mientras, él no le daba confianza ni le aconsejaba. Ordóñez fue un grandioso torero y no volverá a nacer otro mejor que él, pero personalmente y como apoderado no funcionaba, y se vio cuando luego llevó a otros toreros.

Un día, en Madrid, en vísperas de torear en Barcelona, recibe la invitación de Carmen para comer en casa del matrimonio. Estaban empezando la sopa de pescado y ella le anima. Luisillo, vamos a ver si tenemos mañana suerte en Barcelona. Él interrumpió, soltando y que no la tenga, que verá. Fue un mazazo. Le dolió tanto, y más estando la señora al lado, que casi se le saltaron las lágrimas. Por respeto a la señora se calló, no se levantó de la mesa y se marchó. ¿Qué pasó en Barcelona? le tocaron en un toro dos avisos (los dos únicos avisos de su vida) y le dio todo igual; le importaba un comino tirar todo por la borda, estaba loco por que aquello terminara. Cuando llegó al hotel estaba allí Fermín Bohórquez y entró en la habitación; le puso la mano en el hombro y le dijo mañana verás cómo en Valencia vamos a estar bien.



Cuando le llegó Pepe con la carta, diciendo que se había terminado la relación, pensaba que le había tocado la lotería, pero, claro, no sabía lo que le venía luego. Se quedó fuera de San Isidro. Tres o cuatro años después pasó lo de Madrid, con las dos orejas al victorino, y sin embargo no tuvo la repercusión que se podía esperar. Tuvo que ir a Vistalegre y torear cuatro tardes más en Madrid pero fuera de San Isidro. Las personas tienen un límite y llega el momento en que se tira la toalla.

Vamos a recopilar. Se me ocurre plantearle dos cuestiones. La primera, maestro, es si la razón por la que Ordóñez viene a su casa es que ya adivina que usted va para primera figura. No creo que fuera eso; pienso que la razón fue otra. Empecé a torear con caballos y me presenté en Madrid cortando una oreja a una novillada de él; después toreé una de Galache, donde no los maté y perdí la puerta grande. En una feria toreé dos novilladas; corté tres orejas en la primera y en la segunda estaba allí y le brindo, a lo que me contesta: muchacho, toréalo más despacito, que va con la cara arriba. Al final de la novillada Paco Ortega me comunica que Ordóñez le acaba de decir que Flores Camará está detrás de nosotros (como aconsejando que tenga cuidado Paco). Es decir, Ordóñez se entera y decide que antes de que me coja Camará me coge él, duelo entre mandamases.

La segunda cuestión es si sería que él quería quitarse de en medio a un serio competidor, controlándolo. No, él no podía temer mi competencia. Competí con todos, con Viti, Camino… Pero referente a él, yo pensaba que era mejor que yo. Una vez en Valcargado vi que el mayoral traía un toro hacia la plaza y me explica que el maestro ha mandado encerrarlo. Fuimos allá y nada más salir el toro se pone ese tío a pegarle pases y le forma una pelotera. Se viene al burladero y me tira la muleta a la cara. Ahora a ver si eres capaz de estar mejor que yo. El toro en verdad no era bueno ya y él había estado por encima. Cogí la muleta y me dije que era mejor que yo pero mientras tuviera una gota de sangre de allí no me movía. El toro me cogió dos veces y seguía aunque con la segunda no podía respirar. La señora, viendo que me iba a dejar matar sin moverme de allí, gritó: Luisillo, ¿qué pasa, que te vas a enfadar con el maestro? Deja el toro. Anda, Sebastián, dale puerta al toro.

Termina de perfilar aquella relación. Estábamos ese mismo invierno en lo de Aparicio tentando. Las vacas no salieron buenas. Luego, mientras se entretienen tomando en la casa una copa, me dice Antonio que Aparicio le ha comentado que no le he gustado. Mi respuesta: es problema suyo. A los pocos días llegó el festival del Obispo en Málaga y toreé con los dos. A mi primero le corté las dos orejas y al empezar la vuelta me quedé un momento parado mirando a Aparicio con las orejas en alto. El segundo me pegó doce volteretas; si lo mato le corto el rabo. Eso es lo que puedo contar.



Aparece al poco José María Recondo, navarro que se dedicaba a montar plazas portátiles. Se empeñó en apoderarlo y lo llevó dos veces a Pamplona el mismo año, en San Fermín y después de San Fermín. Torearía unas quince corridas. Fueron a Ejea de los Caballeros y cuando Garbanzo va a cobrar le dicen que no había suficiente dinero y faltaban doscientas pesetas. Luis llamó por teléfono a José María para preguntarle. No te preocupes, que eso lo pongo yo. No, no vas a poner nada, porque a partir de ahora ya no me apoderas. No me ha faltado dinero nunca, ni cuando era becerrista ¿me va a faltar ahora, de matador?

Después entró en escena Curro Chaves, que era un picador de Sevilla. Apoderaba a Oliva, a Palmeño y a Antonio Ignacio Vargas. Vas a torear en San Roque. ¿Qué dinero? Te van a dar cincuenta mil pesetas. Por menos de cien mil no toreo. Sólo quería sumar corridas. Hubo que cortar.

Luego le apoderó Manuel del Pozo Rayito, uno que fue matador de toros de la época de Manolete. El apoderamiento empezó en Méjico. Al año siguiente, el día del victorino él se fue a Nimes con Lomelín. No le gustó que le dejara solo en Madrid. Aquello también se cortó.

Finalmente le apoderaron Canorea y Barrilaro, que estaban peleados con la empresa de Madrid. No llegó al año. Les dijo que tenía que cobrar treinta mil duros por corrida. Siempre se quedaba dinero atrás; le debían de atrasos setecientas mil pesetas. Un día en El Puerto le encargó al mozo de espadas que fuera a pedirlo. Dicen que no pueden dar ese dinero ahora. O te lo dan o voy yo. Canorea le dice por la noche, en el hotel, que se podría haber dado de otra forma; remata si te pongo alguna vez será porque me hace mucha falta. La contestación vino directa. A mí no me hace falta.

Llamó personalmente a don Livinio y le comunicó que había terminado con estos señores. Ah ¿sí?, pues el domingo que viene estás puesto en Madrid. Con don Livinio su relación era directa y personal, porque le quería mucho. Después de dejar a Canorea y Barrilaro a mitad de temporada toreó por su cuenta cinco corridas en Madrid el mismo año.



Con Balaña tuvo que aguantar que le dejara dos años sin torear en sus plazas, Jerez, Barcelona, Palma y otras. Tuvo en julio una corrida en Jerez con seis toros de José Domecq de la Riva; salió malísima y cortó tres orejas. A partir de ahí vinieron esos dos años, y un día en Sevilla le dijo todo lo que pensaba. Luego le atendió, porque le dijo que era padre de familia y le puso en Barcelona; fue con una corrida de Camaligera, más mala…, que no se pudo ni picar y con el público montado en escándalo. Por la noche fue a la oficina a hablar con el empresario pero no estaba. Al llegar a Jerez su mujer le dijo que había llamado don Pedro. Lo llama y le dice que en esa corrida ni El Espartero hubiera estado con más dignidad. Le contestó que lo comprendía y que en compensación le iba a poner al domingo siguiente en Palma con una corrida de lujo, junto a Limeño y Palomo; allí le salió un ganado que era más propio de una novillada sin caballos. Luego ya quedaba la corrida en Jerez, el año 1978, la del cartel con Manzanares y Galloso, en la que le puso con ganado de Juan Pedro. Ese día no estuvo bien y ahí fue la retirada.

Bastantes años después, Luis Parra apoderó a Salvador Barberán, novillero de Algeciras. Fue a lo de Aparicio y se lo presentó. Le puso la mano en el hombro y le dijo: Hazle caso de lo que te diga porque aparte de gran persona es un gran torero. Terminamos fijándonos en las dos cuestiones que le planteé. ¿Ordóñez le apoderó porque veía en él a la figura que le sucedería? Con humildad, piensa que no, que sólo fue por competir con Camará. ¿Lo defenestró porque temía su competencia? Con más humildad, reconoce que como Ordóñez no había nadie. Lo que digo es que voy a invertir la frase de Aparicio. Maestro, usted aparte de un gran torero es una gran persona.



















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